Wednesday, August 30, 2006

CB - TOrdinario - D22

RELIGIÓN VACÍA DE DIOS
Marcos 7, 1-8.14-15.21-23
José Antonio Pagola

Los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús, no como un hombre religioso, sino como un profeta que denunciaba con libertad los peligros y trampas de toda religión. Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.

Marcos, el evangelio más antiguo y directo, presenta a Jesús en conflicto con los sectores más piadosos de la sociedad judía. Entre sus críticas más radicales hay que destacar dos: el escándalo de una religión vacía de Dios, y el pecado de sustituir su voluntad que sólo pide amor por «tradiciones humanas» al servicio de otros intereses.

Jesús cita al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres» .

Éste es el gran pecado. Una vez que hemos establecido nuestras normas y tradiciones, las colocamos en el lugar que sólo debe ocupar Dios. Las respetamos por encima incluso de su voluntad. No hay que pasar por alto la más mínima prescripción, aunque vaya contra el amor y haga daño a las personas.

En esta religión lo que importa no es Dios sino otro tipo de intereses. Se le honra a Dios con los labios pero el corazón está lejos de él, se pronuncia un credo obligatorio pero se cree en lo que conviene, se cumplen ritos pero no hay obediencia a Dios sino a los hombres.

Poco a poco olvidamos a Dios y, luego, olvidamos que lo hemos olvidado. Empequeñecemos el evangelio para no tener que convertirnos demasiado. Orientamos caprichosamente la voluntad de Dios hacia lo que nos interesa y olvidamos su exigencia absoluta de amor. Con el tiempo, no echamos en falta a Jesús; olvidamos qué es mirar la vida con sus ojos.

Éste puede ser hoy nuestro pecado. Agarrarnos como por instinto a una religión desgastada y sin fuerza para transformar las vidas. Seguir honrando a Dios sólo con los labios. Resistirnos a la conversión y vivir olvidados del proyecto de Jesús: la construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios.

CB - TOrdinario - D21

PALABRAS CREIBLES
Juan 6, 60 – 69
José Antonio Pagola

En la sociedad moderna vivimos acosados por palabras, comunicados, imágenes y noticias de todo tipo. Ya no es posible vivir en silencio. Anuncios, publicidad, noticiarios, discursos y declaraciones invaden nuestro mundo interior y nuestro ámbito doméstico.

Esta «inflación de la palabra» han penetrado también en algunos sectores de la Iglesia. Hoy los eclesiásticos y los teólogos hablamos y escribimos mucho. Quizá más que nunca. La pregunta que nos hemos de hacer es sencilla: ¿Qué capta la gente en nosotros?, ¿palabras «llenas de espíritu y vida», como eran las de Jesús, o palabras vacías?.

A lo largo de los años he oído muchas críticas a la predicación de la Iglesia. Se nos acusa de poca fidelidad al evangelio o al magisterio del Papa, de alianza con una ideología política de un signo o de otro, de poca apertura a la modernidad... Intuyo que no pocos que se alejan hoy de la Iglesia quieren saber si, al menos para nosotros, nuestras palabras significan algo.

La palabra de Jesús era diferente. Nacía de su propio ser, brotaba de su amor apasionado al Padre y a los hombres. Era una palabra creíble, llena de vida y de verdad. Se entiende la reacción espontánea de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».

Muchos hombres y mujeres de hoy no han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y de manera directa sus palabras. Su mensaje les ha llegado, muchas veces desfigurado y distorsionado por demasiadas doctrinas, fórmulas ideológicas y discursos poco evangélicos.

Unos de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ponerles en contacto con su persona. La gente no necesita escuchar nuestras palabras sino las suyas. Sólo ellas son «espíritu y vida».

Es sorprendente ver que, cuando nos esforzamos por presentar a Jesús de manera viva, directa y auténtica, su mensaje resulta más actual que todos nuestros discursos.

Monday, August 21, 2006

CB - TOrdinario - D20

CALIDAD DE VIDA
Juan 6, 51 - 58
José Antonio Pagola


Cuando el evangelio de Juan desea insistir en algo de importancia decisiva, va poniendo en labios de Jesús palabras que repiten una y otra vez la misma idea con diversos matices: «Yo soy el pan vivo», un pan lleno de vida; «el que me come, vivirá por mí», su vida se nutrirá de la mía; «el que coma de este pan, vivirá para siempre», su vida no terminará en la muerte.

Sin duda, aquí se está hablando de la eucaristía, pero no sólo de ella. La afirmación básica y central es ésta: Jesús es «fuente de vida» para todo el que se alimenta de él. En Jesús no vamos a encontrar ante todo una doctrina o una filosofía; no vamos a encontrarnos con una teología de escribas o una religión fundamentada en la ley. Vamos a encontrarnos con alguien, lleno de Dios, capaz de alimentar nuestro anhelo de vida y vida eterna.

En las sociedades modernas se habla mucho de «calidad de vida». Desgraciadamente, sólo se trata de la calidad de algunos productos. Se diría que la vida mejora cuando mejora el modelo de nuestro coche, la capacidad de nuestro ordenador o la urbanización donde vivimos. Sin embargo, se puede tener toda la «calidad de vida» que ofrece la sociedad moderna y no saber vivir.

No es extraño ver a personas cuyo único objetivo es llenar el vacío de sus vidas llenándolo de placer, excitación, dinero, ambición y poder. No pocos se dedican a llenar su vida de cosas, pero las cosas siempre son algo muerto, no pueden alimentar nuestro deseo de vivir. No es casual que siga creciendo el número de personas que no conocen la alegría de vivir.

La experiencia cristiana consiste fundamentalmente en alimentar nuestra vida en Jesús, descubriendo la fuerza que encierra para transformarnos poco a poco a lo largo de los días. Jesús infunde siempre un deseo inmenso de vivir y hacer vivir. Un deseo de vivir con más verdad y más amor.

Hay una «calidad de vida» que muchos desconocen y que sólo la disfrutan quienes saben vivir con la sencillez y sobriedad de Jesús, con su mirada atenta al sufrimiento humano, con su deseo de vida digna para todos, con su confianza grande en Dios.

Friday, August 11, 2006

CB - TOrdinario - D19

DEJARSE GUIAR POR DIOS
Juan 6, 41 - 51
José Antonio Pagola


El evangelista Juan va ofreciendo su visión de la fe cristiana elaborando discursos y conversaciones entre Jesús y la gente, a orillas del lago de Galilea. En un determinado momento, Jesús hace una afirmación de gran importancia: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre». Y más adelante continúa: «el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí».

La incredulidad empieza a brotar en nosotros desde el mismo momento en que empezamos a organizar nuestra vida de espaldas a Dios. Así de sencillo. Dios va quedando ahí como algo poco importante que es fácil arrinconar en algún lugar olvidado de nuestra vida. Es fácil entonces vivir «pasando de Dios».

Incluso los que nos decimos creyentes estamos perdiendo capacidad para escuchar a Dios. No es que Dios no hable en el fondo de las conciencias. Es que, llenos de ruido y autosuficiencia, no sabemos ya percibir su presencia callada en nosotros.

Quizás sea ésta nuestra mayor tragedia. Estamos arrojando a Dios de nuestro corazón. Nos resistimos a escuchar su llamada. Nos ocultamos a su mirada amorosa. Preferimos «otros dioses» con quienes vivir de manera más cómoda y menos responsable.

Sin embargo, sin Dios en el corazón, quedamos como perdidos. Ya no sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos. No reconocemos qué es lo esencial y qué lo poco importante. Nos cansamos buscando seguridad y paz, pero nuestro corazón sigue inquieto e inseguro.

Se nos ha olvidado que la paz, la verdad y el amor se despiertan en nosotros cuando nos dejamos guiar por Dios. Todo cobra entonces nueva luz. Todo se empieza a ver de otra manera más amable y esperanzada.

Hace ya algunos años, el concilio Vaticano II hablaba de la «conciencia» como «el núcleo más secreto» del ser humano, el «sagrario» en el que la persona «se siente a solas con Dios», un espacio interior donde «la voz de Dios resuena en su recinto más íntimo». Bajar hasta el fondo de esta conciencia, escuchar los anhelos más nobles del corazón, es el camino más sencillo para escuchar a Dios. Quien escucha esa voz interior, se sentirá atraído hacia Jesús.

Wednesday, August 02, 2006

Transfiguración del Señor (18 domingo)

ESCUCHAR
Marcos 9, 2 – 10
José Antonio Pagola

Cada vez tenemos menos tiempo para escuchar. No sabemos acercarnos con calma y sin prejuicios al corazón del otro. No acertamos a escuchar el mensaje que todo ser humano nos puede comunicar. Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos a escuchar realmente a nadie. Se nos está olvidando el arte de escuchar.

Por eso, tampoco resulta tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado, en buena parte, que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Más aún. Sólo desde esta escucha nace la verdadera fe cristiana.

Según el evangelista Marcos, cuando en la «montaña de la transfiguración» los discípulos se asustan al sentirse envueltos por las sombras de una nube, sólo escuchan estas palabras: «Éste es mi Hijo amado: escuchadle a él».

La experiencia de escuchar a Jesús hasta el fondo puede ser dolorosa, pero apasionante. No es el que nosotros habíamos imaginado desde nuestros esquemas y tópicos piadosos. Su misterio se nos escapa. Casi sin darnos cuenta, nos va arrancando de seguridades que nos son muy queridas, para atraernos hacia una vida más auténtica.

Nos encontramos, por fin, con alguien que dice la verdad última. Alguien que sabe por qué vivir y por qué morir. Hay algo que nos dice desde dentro que tiene razón. En su vida y en su mensaje hay verdad.

Si perseveramos en una escucha paciente y sincera, nuestra vida empieza a iluminarse con una luz nueva. Comenzamos a verlo todo con más claridad. Vamos descubriendo cuál es la manera más humana de enfrentarnos a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta de los grandes errores que podemos cometer los humanos, y de las grandes infidelidades de los cristianos.

Tal vez, hemos de cuidar más en nuestras comunidades cristianas la escucha fiel a Jesús. Escucharle a él nos puede curar de cegueras seculares, nos puede liberar de desalientos y cobardías casi inevitables, puede infundir nuevo vigor a nuestra fe.