Sunday, February 25, 2007

CC - TCuaresma - D1 (EduardoA)

1 lectura: Deuteronomio 26, 4 - 10
2 lectura: Romanos 10, 8 - 13
3 lectura: Lucas 4, 1 - 13


El miércoles de ceniza ha sido como el puerto de salida para toda la Cristiandad. Más de mil millones de cristianos de toda condición, clase social y cultura se han puesto a navegar. Mil millones que nos hemos embarcado en una aventura valiente, esperanzada, pero arriesgada, porque aunque el triunfo está asegurado, hay que luchar para conseguir ese equilibrio de nuestro ser y desde ya, comenzar a ser felices y hacer felices a cuantos nos rodean y a los que no te rodean, a los de cerca y los de lejos.

La travesía dura 40 días. Al pueblo de Israel le costó 40 años. A Jesús le costó también cuarenta días, hacer la prueba del desierto. A ti, lo que dure tu vida, que es también, como un cuarenta.

El número 40 significa en la Biblia, un periodo largo de prueba. En realidad, toda tu vida. Tu vida es un cuarenta. Y durante este periodo de cuarenta, como número o cantidad simbólica andamos buscando el sentido de nuestra condición humana: ¿Quién me ha traído a la vida? Mis padres. Es una respuesta infantil, porque mis padres no son dueños de la vida, que no me la han dado, sino tan solo me la han transmitido. Son como los cables de la luz eléctrica: por ellos pasa la electricidad, pero ellos no son la electricidad. Por ellos pasa la vida, pero ellos no son la vida, no la tienen en propiedad, porque ellos se mueren. ¿Por qué me han traído a esta vida y en este país, y en este siglo, y con estos padres y con esta familia? Y ¿para qué me han traído? Y nos hacemos estas preguntas o las pensamos, de vez en cuando, porque dejarse vivir, y vivir sin sentido, nos resulta un sin sentido, una estupidez. ¿Qué tengo que hacer, qué se espera de mí, si algo se espera? ¿Y cuándo acabará esto? ¿Y después? ¿Hay algo? ¿No hay nada? ¿Qué soy, en definitiva? Y ¿cómo soy?.

El miércoles de ceniza, ya se nos perfiló un poco la respuesta a esta última pregunta y hoy en el Evangelio se nos completa esta respuesta. El miércoles se nos declaraba y se nos daba el programa de cuaresma. Para lograr ser lo que somos tenemos que equilibrar nuestras tendencias, mediante la limosna, la oración y el ayuno.

Este slogan o enunciado tradicional, de la catequesis cuaresmal se presta a quedarnos con una interpretación elemental e infantil, y que no alcancemos su verdadero valor, fuerza y sentido. Procuraremos aclararlo y profundizarlo en la medida de lo posible.

Hoy en el Evangelio, hemos visto al mismo Jesucristo, que en cuanto hombre, ser humano, como cada uno de nosotros, vence y equilibra las tres tendencias que todos sentimos, experimentamos y con ellas vivimos. Son TENDENCIAS BÁSICAS, APTITUDES NATURALES. Son fuerzas de nuestra propia naturaleza humana, ciegas, e instintivas. Son medios privilegiados para realizarnos y hacer que seamos lo que somos. Esas fuerzas naturales, que todos tenemos, son: el deseo de tener, el deseo de ser, y el deseo de gozar. Pero estas fuerzas o tendencias se pueden desequilibrar, se pueden desbocar. Jesús sintió, como ser humano que era, la fuerza desordenada de estas tendencias que tienden entonces a destruir al hombre. Sintió la tentación del desorden de estas fuerzas. Y lo venció con la limosna, la oración y el ayuno, entendidos de manera profunda y no de modo superficial, elemental e infantil.

Intentemos verlo y reflexionar sobre este programa, porque es para toda la cuaresma; aun más, es para toda la vida.

Todo ser humano está constituido por una triple fuerza vital, de la que Dios le ha dotado.

Todos experimentamos una tendencia natural a TENER o poseer para vivir: alimentos, vestidos, vivienda o espacio vital etc. Pero esta tendencia con más o menos frecuencia experimenta la tentación de desbordarse. Y así es una tentación para el ser humano, la AVARICIA: que es querer tener y tener, poseer todo, y se traduce en el egoísmo, que es quererlo toda para sí. San Juan llama a esta tendencia desordenada la concupiscencia de los ojos. Todo lo que vemos, lo queremos. Es la ley que rige el mundo: la ley del dinero, con el que nos parece se consigue todo. “Te daré todo este poder material y la gloria de estos reinos, si te postras delante de mi”, le dijo el diablo a Jesús. Y caemos de rodillas ante el becerro de oro, como los israelitas en el desierto, junto al Sinaí, caemos y somos derrotados por nuestro egoísmo, la avaricia y ansias posesivas.

El remedio para vencer esta tentación es la LIMOSNA, que consiste en comenzar a dar lo que tienes. Si mucho, mucho; si poco, poco, pero hay que dar. Da tu tiempo, tu dinero, tus bienes. Así, por ese camino podrás llegar a dar lo que tus eres, que es la verdadera limosna, el verdadero remedio para la primera tentación de poseer y tener. Da amor, da cariño, da compasión, da indulgencia, da perdón, DATE TÚ. Descubrirás así la dimensión divina de tu grandeza.

Los antiguos lo decían así: OMNIA HABENTES ET NIHIL POSSIDENTES”. Tener TODO, como si no tuviéramos NADA. Desprendimiento, pues de las cosas, de los bienes, de la riqueza, de mi mismo. Ser, pues, SEÑOR de mi mismo. Tener un gran SEÑORÍO sobre todo y sobre mí.

La 2ª tendencia, es el deseo, tendencia o fuerza vital, con la que Dios nos dotó, es el deseo de ser; de ser alguien en la vida y no un mequetrefe; de tener el prestigio debido, en mi familia, entre mis amigos, en mi centro de estudio o de trabajo, que me respeten, que no me traten como a un payaso. Deseo y búsqueda del valor de mi vida, del sentido de mi ser Es el problema fundamental de nuestra vida, De nada sirve comer y gozar, si no nos tienen en cuenta, en consideración. “Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra”, que dijo aquel famoso marino, Hernán Cortés, al destruir su flota, en la conquista de México. Perdió los barcos, pero salvó la honra.

Cuando esta tendencia se desborda, se despierta en nosotros la actitud contraria: la SOBERBIA, el ORGULLO. Nos creemos dueños y señores de todo, determinando a nuestro aire y conveniencia, lo que es bueno y justo, y lo que es malo e injusto. “Tírate de aquí abajo, como si fueras dueño y señor de las leyes del mundo, como si fueras Dios”, le dijo Satán a Jesús, Prescindimos de Dios, negamos a Dios. Nos constituimos en señores del mundo. Y así, de esta manera, nos destruimos nosotros a nosotros mismos y aniquilamos el orden del mundo.

Un solo ejemplo escandaloso de nuestros días a nivel mundial. Los Parlamentos de muchas naciones han dictado y aprobado leyes sobre la vida y la muerte. Aprueban y autorizan el aborto, como dueños y señores de la vida, que se la dan así, por ley, al que quieren. Da tal manera, que hoy, nacer no es un derecho de la naturaleza del ser humano, es un capricho, que depende de la omnímoda voluntad de los partidos políticos y de los Parlamentos que forman.

Aprueban también el divorcio absoluto, como señores y jueces del amor y quieren determinar el fin de la vida humana, por ley de la eutanasia, que dicen es más humana y justa, y se hacen y nos hacen dueños y señores y dioses de una vida humana, que no nos hemos dado, sino que todos hemos recibido. y nos engañan y nos engañamos, cuando no aceptando nosotros, que somos contingentes y no necesarios para el mundo. Nos morimos y el mundo y la humanidad no necesita de cada uno de nosotros, siguen adelante, como si no hubiéramos existido, por muchos homenajes que nos hagan después de nuestra muerte.

El miércoles de ceniza se ponía en nuestras manos el remedio: la ORACIÓN, que es un reconocimiento de que yo no soy nada y el Señor lo es todo. Es la aceptación de mi condición humana, de ser contingente, de criatura y por consiguiente, limitada y mortal. Así, reconozco a Dios como el único Señor. Dejaré, entonces de avasallar a mis semejantes con mi prepotencia, soberbia y orgullo. Donoso Cortés decía, que “Nunca es el hombre más grande, que cuando está de rodillas”. La oración es, pues, la grandeza del hombre

Y finalmente, cuando entro en diálogo con Dios en un trato diario, a través de la oración y desarrollando así un espíritu de humildad y no de soberbia, Jesús mismo se convierte para mí como en un espejo, un modelo y al mirarme en El, me veo desfigurado por el exceso en el placer, en el gozar. Empiezo a sentir la necesidad de purificar mi vida de placeres y sensaciones desordenadas, que me degradan y desfiguran toda la grandeza de mi ser con que he sido creado.

Buscaré y sentiré la necesidad de emplear el remedio infalible para el equilibrio de mi ser. Es el tercer medio: AYUNO Y ABSTINENCIA.

Ayunar y abstenerse de todo aquello que no me deja “ser señor” y que por el contrario te esclaviza y embrutece. No se trata, con esto de ayuno y abstinencia, de comer poco o no comer carne los viernes, que eso es solo signo y señal de lo que realmente encierran esas palabras de ayuno y abstinencia. De lo que se trata es de no comer, es decir, de abstenerme de todo aquello que te degrada y no te deja ser lo que tú eres: criatura de Dios, hijo de Dios.

Come toda la carne que quieras, pero abstente de la relación carnal del concubinato o de la prostitución. De esa carne es de la que debo abstenerme y ayunar, porque me degrada, y destruye mi vida y mi hogar. Así llegaré a “ser señor” e “hijo de Dios.

La Eucaristía que vamos a celebrar será nuestra fuerza para recorrer ese camino. Cristo va delante, camino de su triunfo, de su Pascua, de la nueva vida, de la RESURRECCIÖN, luchando como cualquier hombre contra el deseo desmedido de poder, de prestigio y de bienestar, mediante la limosna, la oración y el ayuno.

Amén
Edu, escolapio

CC - TOrdinario - D7 (EduardoA)

1ª Lectura: Samuel 26, 2.7-9.12-13.22-23
2ª Lectura: 1ª Corintios 15, 45-49
3ª Lectura: Lucas 6, 27-38


Hoy, en este 7º domingo, se nos da esta última catequesis para cerrar este primer periodo del Tiempo Ordinario, que sigue a la Navidad y finaliza al comenzar la Cuaresma.

Navidad, que es el primer misterio del año litúrgico, y es la puerta de la vida cristiana. El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, nos revela que Dios se encarna, se hace ser humano, para restaurar la misma naturaleza humana, degradada por los humanos – a este hecho lo llamamos: pecado original que a la vez es originante en el tiempo.

Y así perdonados, redimidos, Dios nos salva de esta vida terrena, que mala no es, pues la hizo Dios y Dios no puede hacer cosas malas; y de nosotros enamorado, nos ofrece una nueva vida, en la que el ser humano se va divinizando ya, en esta vida terrenal, para poder formar parte de la gran familia de Dios, en su Reino: el Padre y el Hijo y el Santo Espíritu a los que se une toda la humanidad divinizada.

En esta catequesis global, de estos 7 domingos del primer periodo del tiempo ordinario, habida en los meses de enero y febrero, se nos ha revelado, que Dios nos ama de tal modo y manera, que se quiere unir místicamente a nosotros, como jamás hombre y mujer algunos han podido estar unidos y que lo manifestó simbólicamente en el relato de las bodas de Caná. Dios se quiere desposar con la Humanidad.

Es un matrimonio místico, como lo experimentó y vivió San Juan de la Cruz, por poner un ejemplo, y que decía a Dios: “¿A dónde te escondiste, Amado, - y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, - habiéndome herido. - Salí tras ti clamando - y ya eras ido”.

Y más adelante, cuando su amor a Dios haya crecido por los muchos encuentros y frecuente trato, le dirá: “¿ Por qué, pues has llagado - aqueste corazón, no lo sanaste? - Y pues me lo has robado - ¿por qué así lo dejaste - y no tomas el robo que robaste?”. Y acabará diciéndole: “Ay, quién podrá sanarme! - Acaba de entregarte ya de vero. - No quieras enviarme de hoy, - más ya mensajero, - que no saben decirme lo que quiero!”.

En la catequesis de hoy nos está revelando y enseñando el Señor, que en esa unión íntima con él tendremos la completa y total felicidad, que todo ser humano anda buscando sin cesar, día y noche, porque Dios mismo nos creo para ser felices y no desdichados. Eso sería un absurdo, un obrar insensato.

Pero para ello hay que purificar nuestro amor, herido y dañado por el pecado de venganza, que es la negación de todo amor; por el pecado de rencor y odio, que destruye el amor; por el pecado de impureza que desfigura y anula el amor.

Hay pues, que hacer una elección entre Dios y el hombre. Dios, poniendo en él nuestra confianza o ponerla en el hombre y, buscando en la carne toda nuestra fuerza. Hay que elegir entre la maldición del desierto o la bendición del árbol frondoso, plantado junto a las corrientes de agua, que no deja de dar fruto, que nos decían el domingo pasado Hay que elegir entre dichosos, bienaventurados vosotros o entre el ¡ay de vosotros, malditos! ¿Lo recordáis, del domingo pasado?.

Para ser dichosos y bienaventurados, se nos dice hoy, hay que purificar el amor del corazón, como antes os decía. Sin esa purificación, nunca llegarás a esa unión íntima con Dios, nunca llegarás a tu plena y total felicidad, sino que te contentarás, como los animales, con las sobras de la basura. Qué pena, ¿verdad? Como os decía antes, hay que purificar nuestro amor, herido y dañado por el pecado de venganza, que es la negación de todo amor; por el pecado de rencor y odio, que destruye el amor; por el pecado de impureza que desfigura y anula el amor.

En la primera lectura nos narran un caso concreto y práctico de ese dominio, ese señorío sobre el instinto de venganza y del rencor. El rey Saúl ha cogido ojeriza y está lleno de envidia de los éxitos de David

Con el comienzo de la monarquía, en Israel, Dios hace pasar su promesa de enviar un Salvador o Mesías a través de uno de los descendientes del rey, que será, pues, ungido, signo de consagración, que manifiesta que el elegido y consagrado, está revestido por el espíritu de Dios y su justicia. Es el guía divino, es el mediador humano.

El Señor te puso hoy en mis manos, le dijo David al rey Saúl, pero yo no quise atentar contra ti, no me quise vengar. Perdona, pues, la vida a su enemigo, que salió en su busca, con un gran ejército para matarle. David respeta y venera la sacralidad de la función real mesiánica del rey Saúl, símbolo de Dios - Salvador.

El hombre de las bienaventuranzas es el hombre generoso, abierto a la comprensión del enemigo, lleno de paciencia. Así el Cristianismo y la Iglesia son creíbles. Ese valor y ánimo fuerte para perdonar y hacer del enemigo, un amigo, es como el DNI del verdadero cristiano, seguidor de Cristo, es su carné de identidad cristiana, que como Jesús, pedirá y dirá de aquellos que lo explotan y hasta le dan muerte cruel: “Padre, perdónalos, que no saben lo que se hacen”

El cristiano de verdad, de verdad, no tiene enemigos, porque a los que se dicen sus enemigos, él los ha hecho amigos. No solo, pues perdonarlos, que por ahí se empieza, sino después hacerles amigos y no simplemente compañeros perdonados. Eso es mucho, eso es demasiado para las fuerzas humanas, pero ese es el listón, al que hay que llegar poco a poco, para ser cristianos de verdad. Solos no lo podemos hacer, pero con su gracia todo lo conseguiremos y su gracia, su ayuda, no nos va a faltar. Aun se oye el eco de su voz: “Ya no os llamaré siervos, a vosotros os llamaré amigos, porque todo cuanto me ha dicho el Padre os lo he dado a conocer”. Entre los amigos no hay secretos.

Nuestra realidad es terrena y temporal. Pero seremos imagen del hombre celestial. El hombre ha soñado siempre con ser un super - hombre, pero el despertar de este sueño ha sido siempre trágico. Sueño nazi, despertar horroroso: 6 millones de judíos masacrados y una guerra aun más cruel si cabe, la guerra del 1939 a 1945. Sin embargo el nuevo Adán, es decir, Jesucristo resucitado, nos garantiza el sueño. No de simples super-hombres, sino hombres celestiales, al resucitar con él, resucitado, empezando a vivir, no el sueño, sino la realidad de una nueva vida, con la carne, el cuerpo y el espíritu glorificados.

Nos lanzamos a esa carrera de ser nosotros mismos, tal como Dios nos creo, para ser felices, dichosos, bienaventurados al ser trasformados por Cristo resucitado, en resucitados a una nueva manera de vivir y de ser: no hombres terrenales, sino hombres celestiales, no seres temporales, sino seres eternos.

Prepararemos, con renovadas catequesis y homilías, la profundización de este misterio mayor y cumbre de la RESURRECCIÓN DE JESÚS, que anuncia la nuestra, e intentaremos vivir ese misterio de resurrección con más fe comprometida, más alegría contagiosa, más esperanza esperanzada y amorosa.

Nos ayudará en este empeño la cuaresma, cuarenta días, de preparación, con la limosna, la oración y el ayuno para celebrar, vivir e interiorizar el otro gran misterio de la vida cristiana, que es misterio cumbre y central: LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO, al tercer día de entre los muertos, que anuncia nuestra propia resurrección.

Pero procurando no caer en la trampa multisecular de la historia de la Cuaresma : PONEMOS TODO EL ESFUERZO, EL CORAGE, LA ENERGIA , EL TRABAJO PARA VIVIR Y PRACTICAR LA CUARESMA PARA QUE SE NOS PERDON LOS PECADOS.

¿Para qué queremos que se nos perdonen los pecados? La meta, el objetivo es PARA CONSEGUIR LA VIDA ETERNA, pero que sabemos muy poco de ella: qué es y en qué consiste y vivimos aun menos ese glorioso final anticipado, porque durante los 7 domingos de la Pascua , estamos agotados, cansados, rendidos, exhaustos y hasta un poco hartos de actos y ceremonias religiosas de la Cuaresma.

Cuaresma y Pascua se parecen al fenómeno bengala. Sube la bengala a los cielos en la noche y lo llena de luz y de color de procesiones, de cofradías penitentes, de actos religiosos de oraciones y cantos. Es un espectáculo que dura muy poco, un momento, una semana. El cielo queda a oscuras y las calles e iglesias, llenas de cera. Y todo acaba en un palo negruzco de la bengala, que cae por tierra. Solo ese palo o varita carbonizada, queda para LA PASCUA DE RESURRECCIÓN de JESUCRISTO.

¡Pobre Pascua! ¡Pobres cristianos! LA RESURRECCIÓN, MISTERIO CUMBRE DEL CRISTIANISMO, DEVALUADO, ya que no se sabe bien lo que realmente es y así se vive sin mucha ilusión, ni entusiasmo. Y en cima estamos agotados, cansados, rendidos, exhaustos y hasta un poco hartos de actos y ceremonias religiosas de la Cuaresma. Solo nos queda en las manos un palo negruzco, carbonizado.

Porque como nos decía el domingo pasado San Pablo, si Cristo no ha resucitado, nosotros tampoco resucitaremos y entonces seremos los hombres más desgraciados de este mundo, porque habremos fracasado en este deseo incoercible, incontenible de ser felices.

PENSAD EN LA RESURRECCIÓN, LANZAROS A LA RESURRECCIÓN, VIVID LA RESURRECCIÓN, desde el primer día de Cuaresma, por aquello de que “In ómnibus, respice finem”. EN TODO, MIRA SIEMPRE EL FIN. Y el Fin es la RESURRECCIÓN.

Que esta Eucaristía nos llene de esperanzas y refuerce nuestro ímpetu para comenzar con ilusión renovada este proyecto cristiano, a partir del Miércoles de Ceniza, en este mes de febrero.

AMEN
Edu, escolapio

Wednesday, February 14, 2007

CC - TOrdinario - D7 (Pagola)

Lucas 6, 27 – 38
SIN VIOLENCIA
José Antonio Pagola


Jesús lo veía todo desde su propia experiencia de Dios. Y Dios, el Padre bueno de todos, ama y busca la justicia, pero no es violento. No destruye a los injustos, sino que busca su cambio. Así es Dios y así hay que trabajar por un mundo más humano. No introduciendo más violencia, sino buscando el cambio de las personas y la humanización de las relaciones.

¿No es esto un sueño ingenuo de Jesús? ¿Hay que permanecer pasivos ante los abusos? ¿Hay que someterse con resignación a las injusticias de los poderosos? ¿Se puede luchar contra el mal sólo con el bien?.

La postura de Jesús es clara. Para hacer un mundo más humano, hemos de actuar en sintonía con Dios cuyo corazón no es violento. Hemos de parecernos a él, incluso al luchar contra la injusticia. Jesús es realista. No impone normas ni da preceptos. Sencillamente, a «los que le escuchan» les sugiere un estilo de actuar original y sorprendente.

No llama a la pasividad; no anima a la resignación. Invita a reaccionar ante las agresiones con un gesto amistoso que desconcierte y haga reflexionar al adversario, cortando de raíz la escalada de la violencia.

Jesús pone ejemplos sencillos para ilustrar su idea: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra». No pierdas tu dignidad, mírale a los ojos, quítale su poder de humillarte, ofrécele la otra mejilla, hazle saber que su agresión no ha tenido un efecto destructor sobre ti; sigues siendo tan humano o más que él.

Otro ejemplo: «Al que te roba la capa, déjale también la túnica que cubre tu cuerpo. Preséntate así ante todos, desnudo pero con dignidad. Que el ladrón quede en ridículo y todos puedan ver hasta donde llega su ambición e injusticia».

Nunca serán muchos los que sigan a Jesús. Jamás pensó él en grandes masas. Sólo quería algunos seguidores que fueran «luz del mundo» y «sal de la tierra». Quienes se resisten personalmente a la violencia en medio de un mundo injusto y violento son los que mejor apuntan hacia una sociedad verdaderamente humana.

Tuesday, February 13, 2007

CC - TOrdinario - D6 (Pagola)

Lucas 6, 17. 20 – 26
BIEN CLARO
José Antonio Pagola

Jesús no poseía poder político ni religioso para transformar la situación injusta que se vivía en su pueblo. Sólo tenía la fuerza de su palabra. Los evangelistas recogieron, uno detrás de otro, los gritos que Jesús fue lanzando por las aldeas de Galilea en diversas situaciones. Sus bienaventuranzas quedaron grabadas para siempre en sus seguidores.

Se encuentra Jesús con gentes empobrecidas que no pueden defender sus tierras de los poderosos terratenientes y les dice: «Dichosos los que no tenéis nada porque vuestro rey es Dios». Ve el hambre de mujeres y niños desnutridos, y no puede reprimirse: «Dichosos los que ahora tenéis hambre porque quedaréis saciados». Ve llorar de rabia e impotencia a los campesinos, cuando los recaudadores se llevan lo mejor de sus cosechas y los alienta: «Dichosos los que ahora lloráis porque reiréis».

¿No es todo esto una burla? ¿No es cinismo? Lo sería, tal vez, si Jesús les estuviera hablando desde un palacio de Tiberíades o una villa de Jerusalén, pero Jesús está con ellos. No lleva dinero, camina descalzo y sin túnica de repuesto. Es un indigente más que les habla con fe y convicción total.

Los pobres le entienden. No son dichosos por su pobreza, ni mucho menos. Su miseria no es un estado envidiable ni un ideal. Jesús los llama «dichosos» porque Dios está de su parte. Su sufrimiento no durará para siempre. Dios les hará justicia.

Jesús es realista. Sabe muy bien que sus palabras no significan ahora mismo el final del hambre y la miseria de los pobres. Pero el mundo tiene que saber que ellos son los hijos predilectos de Dios, y esto confiere a su dignidad una seriedad absoluta. Su vida es sagrada.

Esto es lo que Jesús quiere dejar bien claro en un mundo injusto: los que no interesan a nadie, son los que más interesan a Dios; los que nosotros marginamos son los que ocupan un lugar privilegiado en su corazón; los que no tienen quien los defienda, tienen a él como Padre.

Los que vivimos acomodados en la sociedad de la abundancia no tenemos derecho a predicar a nadie las bienaventuranzas de Jesús. Lo que hemos de hacer es escucharlas y empezar a mirar a los pobres, los hambrientos y los que lloran, como los mira Dios. De ahí puede nacer nuestra conversión.

Saturday, February 10, 2007

CC - TOrdinario - D6 (EduardoA)

6º.- DOMINGO TO. –C

1ª lectura: Jeremía 17, 5-8
2ª lectura: 1ª Corintios 15,12.16-20
3ª lectura: Lucas 6. 17.20-26


Nos ha dicho el profeta Jeremías: “Maldito quien confía en el hombre” y “Bendito quien confía en el Se-ñor”. Es decir, el ser humano se encuentra en una encrucijada de caminos: entre la maldición y la bie-naventuranza (Deut.11/26-32).

Jeremías espiritualiza esa felicidad o maldición materiales, como dice el Deuteronomio. No se trata de que el justo posea solamente numerosos árboles ricos en fruto, sino que el mismo justo será él, un ár-bol fecundo, que no dejará de dar fruto. (7,8). NO SE TRATA YA DE POSEER, SINO DE SER.

De la misma manera y en igual proporción, el malvado no solo será castigado con la esterilidad de sus campos, convertidos en desierto, sino que él mismo será un desierto estéril, en el que nada, ni nadie acudirá a buscar cobijo (6).

Es un método sapiencial, para gente sensata, gentes sabias, y que consiste en contraponer las dos ca-ras de la realidad. La antítesis de la confianza en lo solo humano, teniendo una visión corta de las cosas y de la vida; y a la que se contrapone la otra cara de la realidad, la tesis, que es poner toda nuestra confianza en Dios, que da un sentido de plenitud a las cosas y a la vida. Maldición, pues, y Bendición o vida llena, bendita, que nos lanza hacia lo infinito, hacia lo absoluto, hacia Dios.

Para presentarnos la antítesis, del que confía solo en lo humano, el profeta empleará imágenes y com-paraciones del mundo vegetal.

Hay pues, que hacer una elección entre Dios, poniendo en él nuestra confianza o ponerla en el hombre carnal, buscando en la carne- el poder terrenal y mundano - toda nuestra fuerza. Hay que elegir entre la maldición del desierto o la bendición del árbol frondoso, plantado junto a las corrientes de agua, que no deja de dar fruto. Hay que elegir entre dichosos, bienaventurados vosotros o entre el ¡ay de voso-tros, malditos!.

El drama del hombre que “se fía de él mismo”, estriba en buscar una felicidad a su medida; este hom-bre edifica a partir de las reservas seguras, que ha podido acumular, frecuentemente con malas artes: dinero, amor, profesionalidad… Pero el corazón se sitúa en una nueva e inesperada alternativa, desde la que se siente llamado, para remontar la noción de una felicidad hecha a su mediocre medida, y lanzar-se a vivir en comunión con el Absoluto y descubrir a aquel que puede hacerle totalmente feliz.

Esta idea clave sobre la felicidad viene concretizada en el sermón de la montaña, donde Jesucristo reve-la la carta magna del cristianismo. Es como su DNI (documento nacional de identidad): El discurso o sermón de las bienaventuranzas: Dichosos, dichosos, felices, felices. Es la primera palabra de todas las bienaventuranzas. El tema clave es, pues, la felicidad. Jesús viene a manifestarnos el proyecto del Pa-dre. Sabemos bien que Dios ha creado al hombre para ser feliz. Lo contrario sería inverosímil e imposi-ble por parte de un Dios que se nos ha revelado como Padre.

Efectivamente, Dios había puesto a Adán y Eva, símbolos que son de toda la humanidad, en un paraíso; la humanidad misma está destinada desde su creación a un paraíso, a ser feliz. Basta por otra parte, mirar alrededor de sí y en nuestro propio corazón para comprobar cómo aspira el hombre a la felicidad. Es una verdadera carrera, llena de avidez y empeño.

Y esto no nos debe extrañar, porque Dios mismo es dichoso, Dios vive en la alegría y en la felicidad. Y es hacia Dios hacia donde camina esta misma humanidad: “Nos hiciste a tu imagen y semejanza, Se-ñor, nos dirá San Agustín, y nuestro corazón permanecerá inquieto y desasosegado mientras no des-canse en ti”.

¿Cómo alcanzaremos esta felicidad profunda y auténtica, esta bienaventuranza? La interpretación de las bienaventuranzas según San Lucas, invita a todos los hombres ricos o pobres, a todos sin excepción, a transformar las estructuras de la sociedad para que haya menos gente pobre y abandonada. Buscar un nuevo orden internacional. Es un mensaje claramente social y está en la línea de todo su evangelio, pues los primeros convertidos al cristianismo se produjeron, de hecho, en las clases sociales desfavore-cidas.

Lucas se dirige a pobres reales, a las clases sociales materialmente más pobres que los otros: “vosotros los pobre, vosotros que tenéis hambre, vosotros que lloráis, vosotros los que sois despreciados”. Se trata de circunstancias bien concretas, históricas, pues el adverbio, ahora, refuerza esta impresión: “los que ahora tenéis hambre, los que ahora lloráis”.

San Mateo hace una interpretación más mística, de las bienaventuranzas en su evangelio. El pensa-miento de Jesús comporta los dos sentidos. En San Mateo se invita a todos los hombres, ricos y pobres, ha despojarse espiritualmente, se nos invita a la conversión del corazón, a una actitud o talante de desprendimiento de las cosas, de lo material. Que las riquezas no te encadenen, que las riquezas no te hagan esclavo, que las riquezas no te ahoguen.

No podré transformar las estructuras injustas de la sociedad para que haya primero más justicia y des-pués más felicidad, si antes no convierto mi corazón, si antes no me desprendo de las cosas, de los bie-nes que he acumulado: materiales: mi dinero; culturales: mis ideas y mis títulos. Si mi tesoro está en esta dicha de lo material, mi corazón estará allí apresado, porque donde está tu tesoro, allí está tu co-razón.

San Juan de la Cruz nos lo dirá con palabras parecidas, que nos introducen en el mundo místico y no por ello menos real, que es en definitiva, la más verdadera y profunda solución al problema del hom-bre: su encuentro amoroso con Dios, su creador y su señor.

“Para venir a poseerlo todo, nos dice San Juan de la Cruz, no quieras poseer algo en nada, puesto que cuando reparas en algo dejas de entregarte al todo. Porque para venir de todo al todo has de dejar del todo, todo. Y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque, si quieres tener algo en todo, no tiene puro en Dios tu tesoro”.

Conversión del corazón y compromiso temporal, social, son los dos ejes para lograr esta bienaventuran-za prometida por Jesús.

Acabamos el domingo pasado con ese pensamiento o idea, con ese hilo, que hoy necesitamos recordar para entretejerlo: “Simón Pedro y sus compañeros, sacaron las barcas a tierra, repletas de peces y DE-JÁNDOLO TODO, lo siguieron.

Pobres por completo, sin nada.

¿Cómo así? ¿Qué pasó?
Es que antes habían hecho la experiencia de Dios, cuando Jesús subió a su barca y lo dejaron subir y le hicieron caso de apartarse un poco de la orilla; y así sentado en al barca, enseñaba a las gentes y estos hombres se lo comían con los ojos y lo apresaban en su corazón. “Jamás hombre alguno hablaba como ese hombre”.

¿Te pasa a ti lo mismo cuando lees y reflexionas en la Palabra de Dios de los domingos, al menos?

Y le siguieron haciendo caso cuando les pidió entraran de nuevo al lugar de los fracasos de la noche anterior, entrando mar a dentro a pescar. Tan pobres se quedaron, que renunciaron incluso a lo que sabían como pescadores avezados en la pesca.

Que en esta Eucaristía logremos entrar en este diálogo de la felicidad, de la bienaventuranza, para que llenos de ella, la podamos compartir con nuestros hermanos, creyentes o no creyentes, cristianos o no cristianos.

Desprendidos de todo, como verdaderos pobres y con hambre de Dios

AMEN
Edu, escolapio

Friday, February 09, 2007

CC - TOrdinario - D5 (EduardoA)

5º.- DOMINGO TO, C

1ª lectura: Isaias 6, 1-2ª.3-8
2ª lectura: 1ª Corintios 15, 1-11
3ª lectura: Lucas 5, 1-11


En este domingo se sigue insistiendo en la llamada de Dios a la gran misión, que es: Hacer un mundo nuevo, hacer una nueva humanidad, vivir la nueva alianza (boda), que es la Buena Noticia que Cristo nos revela y nos trae: “ME QUIERO CASAR CONTIGO, CON LA HUMANIDAD”

El domingo pasado nos decía el profeta Isaías: “Antes de formarte en el vientre de tu madre yo te elegí, antes de que salieras del seno materno yo te consagré: te constituí profeta de las naciones. Ármate de valor, levántate y diles lo que yo te mando”. Y ¿cómo me debo preparar para esta misión de profeta y así anunciar esta nueva noticia de esperanza?, porque Dios también piensa en ti para esta grandiosa aventura misional, según tus capacidades, seas laico, seas religioso o sacerdote

San Marcos, nos dirá en el capítulo 3, al narrarnos la llamada de Jesús a los doce: “Llamó a los que quiso y ellos vinieron a él. Designó a doce, instituyó, pues, a los doce”. Nos lo repite dos veces: Jesús llamó, Jesús instituyó a los doce. ¿Por qué esta insistencia, repitiendo lo mismo? ¿Qué hizo con ellos? ¿Para qué los instituyó? Algunos aun no se han enterado y dicen que están contra la institución de los curas, que han inventado la institución, la Iglesia, pero que creen en Jesucristo. Marcos nos lo dice y explicita:

Primero, para que le acompañaran; es decir, para que le conocieran, para que hicieran la experiencia de Dios. Sin la experiencia de Dios, sin la vivencia de Dios, no se puede anunciar nada, no se puede ser profeta, no se puede ser apóstol o enviado, no se puede ser cura, ni cristiano.

En segundo lugar, para enviarlos a predicar, a anunciar esta Buena Noticia, pero para ello se necesita antes haber hecho esa experiencia de Dios, mientras se está con él.

El profeta Isaías nos habla hoy de esa experiencia de lo divino, de su santidad, y de su gloria. Santidad, santo, quiere decir distinto de los demás, diferente a los que le rodean, es decir, es el “Todo-otro”. Si en la empresa donde yo trabajo, los empleados roban todo cuanto pueden y yo no lo hago, soy naturalmente distinto a ellos, soy diferente de los demás que roban. Yo no soy ladrón. Y eso de ser distinto y diferente, en latín se dice “sanctus” o santo.

Cuantos se relacionan con Dios aceptan y se comprometen a convertirse en “todo otros”, santos, como Dios es santo. De nada sirve saber muchas cosas de Dios, si no se hace la experiencia de Dios. Y cuando se hace la experiencia de Dios, esa experiencia repercute en toda la vida del hombre hasta convertirse en “todo otro”, es decir: diferente, distinto, santo, en una palabra. A un hombre depravado, que había hecho la experiencia de Dios, le preguntaban sus amigotes: ¿Pero tú no eres aquel, que conocimos en nuestras bacanales? Y él les respondió: yo ya no soy aquel, yo soy “todo-otro”, diferente, santo. Lo cuentan de Paul Claudel al convertirse.

Cuando Isaías contempló la santidad y la gloria de Dios, con el fondo del canto de gloria de los ángeles: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo; toda la tierra está llena de su gloria”, exclamó: ¡pobre de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo que tiene los labios manchados!”. Sintió arrepentimiento, dolor de sus pecados y de su condición de pecador.

Al hacer la experiencia vital de Dios, repercutió de tal modo en su vida, que de hombre de labios impuros, se convirtió en profeta, en enviado, en apóstol.

El Señor de la gloria y santidad dijo entonces: “ ¿A quién enviaré?¿ quién será mi mensajero de la buena nueva, de la misericordia? Entonces, Isaías, ya convertido, siendo “todo-otro”, pudo responder con sinceridad, con autenticidad: “Aquí estoy, envíame”. Está en la misma actitud de María, cuando respondió al ángel, enviado por Dios; Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra”.

Tú, mi buena hermana, mi buen hermano, ¿puedes decir lo mismo: “aquí estoy, envíame? Ya sabes, antes, para poder decir esto de verdad, hay que convertirse, cambiar los “labios impuros”, por unos labios de santidad y de alabanza.

En el evangelio de hoy vemos el mismo esquema, la misma enseñanza. Pedro hace la experiencia vital de Dios. Le sube en su barca y le escucha, haciendo la experiencia de su palabra. Así se ha comprometido con Jesús, que primero le solicita vuelva de nuevo a bogar mar adentro, volver de nuevo a su lugar de fracaso, pero, ahora no solo, sino con Jesús: “Señor, toda la noche hemos estado faenando y nada hemos conseguido, pero si tú lo deseas, echaré de nuevo las redes, en tu nombre”. Ya no se apoyó solo en sus conocimientos de buen conocedor del lago como pescador; ahora dejando de lado sus saberes, confía en los saberes un tanto contradictorios de Jesús.

La pesca fue tan abundante, que las redes estaban a punto de romperse. Era una realización de lo que los profetas habían anunciado: “Cuando llegue el último Enviado, el Mesías – Salvador, la abundancia y riqueza de lo mejor serán manifiestas”. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. La experiencia de lo divino provoca la conversión, lleva al arrepentimiento y cambio de vida, a ser “todo-otro”. Y ya, siendo “todo-otro” en su corazón, Jesús le respondió: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”. Y ellos atracaron las barcas a la orilla y abandonándolo todo, lo siguieron. Fijaros bien: abandonándolo todo. La conversión fue total. Lo dice la copla: “corazones partidos, yo no los quiero y si le doy el mío, lo doy entero” O todo o nada
Ojalá que nosotros también vayamos haciendo la experiencia verdadera y vital de Dios, no quedándonos en una experiencia pobre, sin sabor, ni sentido y hasta algunas veces, sospechosamente mágica, para que cambiando de verdad nuestras vidas, siendo “todo-otros”, podamos responder a esta llamada de Dios: “¿A quién enviaré? ¿Quién será mi mensajero?, “aquí estoy, envíame”, le podrás responder. Pero antes te tienes que llenar de Dios, al introducir en tu mente y en tu corazón: su sentir, su pensar, su querer y su hacer, que se encuentra en la lectura, la reflexión y profundización de su revelación, todo lo que nos ha manifestado, de la PALABRA de DIOS, empezando por los evangelios o buena noticia.
Cristo designó, instituyó a los doce para:

1º.- que lo acompañaran, para que estuvieran y vivieran con él y que así pudieran hacer la experiencia de Dios y de la comunidad de hermanos, y llenos de Dios y del amor fraternal,
2º.- enviarlos, en un segundo momento, a predicar:

a) la Buena Noticia
b) y luchar contra el mal en el hombre, y contra el pecado.

Iglesia, pues, que no es misionera, no es iglesia de Jesucristo. Cristiano que no es misionero, no es cristiano. Danos, pues, Señor, la gracia de hacer la experiencia vital de Dios, en esta Eucaristía que vamos a celebrar, y que te podamos responder. “Aquí estoy, Señor, envíame a mi familia, a mi comunidad cristiana parroquial, envíame a mi barrio, a mi pueblo o mucho más allá, para que cambiando de vida, como Isaías, podamos contar y cantar a todos los hombres tus maravillas.

AMÉN
Edu, escolapio

CC - TOrdinario - D4 (EduardoA)

1ª lectura: Jeremías 1, 4-5.17-19
2ª lectura: 1ª Corintios 12, 31; 13,13
3ª lectura: Lucas 4, 21-30


El mensaje y catequesis de la Palabra de Dios de este domingo es la conclusión lógica de las dos enseñanzas clave de los domingos pasados. Intentemos, pues, recordar brevemente dichas enseñanzas para poder entender mejor lo que Dios me ofrece y me pide en este 4º Domingo.

CON HILOS UNO NO SE PUEDE VESTIR. SE QUEDA DESNUDO. HACE EL RIDÍCULO.
HAY QUE ENLAZARLOS, TRENZARLOS, RELACIONAR COLORES. TEJERLOS...

CON LAS IDEAS Y VERDADES SUELTAS, AISLADAS, SIN TEJER, DE LA PALABRA DE DIOS DE LOS DOMINGOS, LAS TENGO QUE RELACIONAR CON LÓGICA, LAS TENGO QUE TEJER PARA FORMAR EL TEJIDO DE LA REVELACIÓN GLOBAL DEL EVANGELIO. ASÍ ME PODRÉ VESTIR DE EVANGELIO Y NO ME ECHARÁ EL REY DEL BANQUETE DE LAS BODAS DE SU HIJO.

En el segundo domingo, pues, del tiempo ordinario se nos decía por el profeta Isaías, que Dios está como enamorado de la humanidad: “Ya no te llamarán abandonada. Tu serás mi favorita” Qué gran misterio de amor de Dios por ti y por mi y por todos. Pero en el evangelio de ese domingo se nos decía mucho más: que el esposo ya ha llegado, pues en las bodas de Caná, Jesús aparece como el verdadero protagonista de la boda. Al novio de la fiesta ni se le nombra y cuando se habla con él, es para reprenderlo como a un sirviente.

¿Por qué Jesús es, pues, el verdadero esposo salvador, Mesías? Por que los signos que habían anunciado los profetas para la presencia del Mesías, salvador y esposo de la humanidad ya se han cumplido simbólica y ritualmente en las bodas de Caná:


la abundancia desbordante, nada menos que: 600 litros de vino;

y la calidad y valor del vino, ya que el vino era de buena calidad, hasta el extremo de llamar la atención del mismo maestre-sala.

El verdadero esposo de los invitados ya ha llegado. La humanidad se tiene que llenar de alegría y sobre todo nosotros, los cristianos, que lo sabemos por la revelación del mismo Dios.

La enseñanza de este segundo domingo la podemos resumir en dos frases:

1.
Se trata de una ESCATOLIGÍA REALIZADA (¿juicio individual al morir?)
2.
Y de una TEOLOGÍA DE SUSTITUCIÓN: “recedant vetera; nova sint omnia” (traducción libre: “quede atrás el Antiguo Testamento; porque ahora todo es Nuevo Testamento o Nueva Alianza).

En el tercer domingo se nos dijo que el profeta Nehemías llenaba de esperanza a un pueblo, entonces el de Israel, deshecho, triste y descorazonado ante el desastre, las ruinas y la miseria en que había encontrado a su nación, sus tierras, al volver de su destierro, de su exilio. Y en evangelio, San Lucas nos decía que Cristo con su venida, inicia el tiempo de las realidades cumplidas. Ya no hay que esperar. Jesús así lo dijo, predicando en la misma sinagoga de su pueblo: “Hoy se cumple este pasaje de la escritura que acabáis de escuchar”.

Y en todo esto, en todo este MENSAJE comprobamos que:


Dios se quiere unir íntimamente con nosotros, olvidando todas nuestras traiciones e infidelidades.

Y que esto ya no hay que esperarlo, sino que HOYes el tiempo de las realidades cumplidas

Este MENSAJE hay que anunciarlo, hay que proclamarlo, esto hay que decirlo, esto hay que profetizarlo. ¿Tu lo proclamas con el estilo de tu vida cristiana? ¿Tú lo dices? ¿A quién, cómo? O más bien ¿no quieres líos, ni compromisos, y guardas silencio como los muertos?.

El tema clave, pues, de las lecturas de este día es el profetismo. El profetismo es una visión del presente, que encuentra su sentido en el futuro. Entra, pues, dentro del dinamismo de la vida y de la historia en su dimensión prospectiva. El pasado influye, pero no cuenta. El profetismo anuncia y denuncia. Anuncia el futuro. Denuncia el presente que sea obstáculo o barrera para ese futuro utópico, pero real, de dicha, de gozo, de justicia, de paz y de amor.

El profetismo nos hace vivir todo ese futuro en la esperanza. A este profetismo estamos todos llamados, predestinados desde antes de nuestro nacimiento, como Jeremías: “antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré. Te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete de fortaleza, ponte en pie y diles lo que yo te mando”.

Dios necesitó profetas para anunciarles el futuro al pueblo de Israel, sin futuro, siempre vencido, siempre esclavo, al pueblo de Israel, en aquel entonces. Y la situación de desastre y derrota de ese pueblo, es la imagen y el anuncio de lo que a cada uno de nosotros nos sucede y a la misma sociedad en que vivimos: desasosiego, inquietud, miedo, desesperanza…

Dios, pues, necesitó un pueblo, Israel, depositario de la revelación de Dios a la humanidad, para que este pueblo fuera profeta, educador, maestro, guía de una humanidad que caminaba en tinieblas y en sombras de muerte. Ese fue, pues, el pueblo de Israel y esa su misión profética. Y HOY, ese pueblo guía, educador y maestro es la Iglesia, los cristianos todos, depositarios con más o menos fidelidad de esa revelación de Dios a la Humanidad. Esta es la Teología de SUSTITUCIÓN de San Lucas.

Mandó a su Hijo en los últimos tiempos para abrir caminos de esperanza. En la sinagoga de su pueblo anunció: “HOY SE CUMPLE ante vosotros esta Escritura que acabáis de oír: el Espíritu de Dios está sobre mí”. Soy su profeta y vengo a anunciaros que me ha enviado a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la liberación, a los ciegos, la recuperación de la vista, la luz en sus vidas, a libertar a los oprimidos, a promulgar un año de gracia del Señor.

Jesús corrige las posiciones falsas de sus contemporáneos y no habla ni anuncia el día de la venganza contra los paganos. No condena a las naciones. Su profetismo es nuevo, tiene dimensiones planetarias. Su misión es universal. Ha roto las fronteras: de raza, de cultura, de privilegios. La revelación de salvación se extenderá a Sarepta, a una viuda o a Naamán, el sirio leproso. Nada de pueblos privilegiados, ni el de Israel, ni de europeos, ni americanos...

Ha denunciado el presente avasallador de la sociedad secularizada, y laicizada, del consumo salvaje, del hedonismo irracional, que estamos construyendo a marchas forzadas, dejando a Dios a la puerta, si es que a la puerta lo dejamos, y no lo tiramos a la basura como los millones de fetos de abortos.

Ante esta hecatombe, nos ha anunciado un futuro esperanzador a todos y para todos.

Si su auditorio en un primer momento lo admiró por las palabras de gracia que salían de su boca: “y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia, que salían de sus labios”, pronto comenzaron a darse cuenta que desestabilizaba aquel orden religioso y social en el que vivían y que sus intereses inmediatos peligraban, como sigue pasando hoy, cuando se quieren vivir con sinceridad los valores cristianos: sí a la vida, sí a la dignidad de todo ser humano, sí a la justicia, sí al perdón, sí al amor auténtico.

Hubieran preferido fuera el profeta de turno, defensor de sus intereses particulares, mantenedor de sus odios, de su espíritu de revancha. Este profeta empezó a resultarles incómodo. Hablaba de pobres, de libertad y de cautivos, de libertad y de oprimidos. Y esto molestaba y no gustaba a aquella buena sociedad, tan bien organizada y tan bien instalada, como pasa hoy también con la nuestra. ¿Gitanos? No, por favor, ni negros, ni emigrantes, ni pobres, ni con sida, ni igualdad de derechos para todos…

El profeta es objeto de críticas desde dentro y desde fuera. San Pablo sufrió las afrentas tanto de parte de los paganos, como de parte de los “falsos hermanos”. Jesucristo también fue rechazado por sus propios compatriotas. Se pusieron furiosos, dice el evangelio, y levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.

Aquellas gentes se quedaron con sus conocimientos precisos: “¿No es éste el hijo de José?”, Pero se quedaron sin el Hijo de Dios, Salvador, se quedaron sin el Mesías que estaban esperando.

Hoy somos nosotros, la Iglesia, a quien Dios confía esta tarea de profetizar, de abrir caminos de esperanza, destruyendo las barreras de injusticias, de egoísmos, de odios, de venganzas, de esta sociedad laicizada y secularizada que mata nuestros sueños de futuro, que adormece y entibia nuestra esperanza con las recetas del hedonismo y de la permisividad por un relativismo, donde Dios estorba.

Pero ¿de verdad que nosotros denunciamos algo? ¿Qué denuncio yo? ¿Lo que dice y manda el evangelio? O ¿denuncio lo que pienso yo, mis intereses y mis ideas?

…”Diles lo que yo te digo, diles lo que yo te mando”. Pero ¿conozco lo que Dios me dice y nos dice? ¿Cuánto tiempo dedico a conocer y reflexionar la Palabra que Dios me dirige todos los domingos, al menos? ¿Anuncio algo? ¿Qué puedo anunciar de Dios, si casi estoy vacío de Dios? Quizás nos pudiéramos hacer hoy una pregunta más crítica y más comprometida a la vez que valiente, en esta época que nos ha tocado vivir: pero, ¿verdaderamente soy cristiano? Porque lo difícil hoy es, lo que decía el filósofo danés Kierkegaard: “lo difícil es ser cristiano en la cristiandad”, algo así como intentar ser hombre en medio de la humanidad, ser aire en la misma atmósfera, gota de agua en medio de un mar pintado o ser flor en un ramo de rosas, claro, si éstas son de plástico.

Un cristianismo que creemos poseer por estar bautizados, y que es tan solo papel mojado y ya ni intentamos ser de verdad cristianos. Y así anunciamos y denunciamos, no lo que Dios nos manda, sino lo que nosotros pensamos y queremos, conforme a nuestra vida mediocre, que en el fondo nos deja insatisfechos y así, la tristeza es el aire que respiramos.

Estas lecturas que proclamamos los domingos nos deben dejar en tensión de búsqueda esperanzada: ¿Cómo puedo ser profeta?.

Sin pesimismos de ninguna clase debemos intentarlo para hacer una América, una Europa... más humana, una nación más cristiana, una parroquia más fraternal, humana y cristiana, siendo profetas al denunciar con nuestra justicia, las injusticias de corrupciones, fraudes, pelotazos, coimas o mordidas; con nuestra humana castidad, denunciando el desenfreno de pasiones animales y con nuestro amor, desvelando el desamor y egoísmo que impera en nuestra sociedad.

Que esta Eucaristía, que vamos a celebrar nos ayude a ser profetas de la Palabra de Dios en la justicia, en el amor y en la paz.

AMEN
Edu, escolapio