Thursday, March 29, 2007

CC - TCuaresma - D5 (Pagola)

Juan 8, 1 – 11
AMIGO DE LA MUJER
José Antonio Pagola

Sorprende ver a Jesús rodeado de tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena o las hermanas Marta y María de Betania. Seguidoras fieles como Salomé, madre de una familia de pescadores. Mujeres enfermas, prostitutas de aldea... De ningún profeta se dice algo parecido.

¿Qué encontraban en él las mujeres?, ¿por qué las atraía tanto? La respuesta que ofrecen los relatos evangélicos es clara. Jesús las mira con ojos diferentes. Las trata con una ternura desconocida, defiende su dignidad, las acoge como discípulas. Nadie las había tratado así.

La gente las veía como fuente de impureza ritual. Rompiendo tabúes y prejuicios, Jesús se acerca a ellas sin temor alguno, las acepta a su mesa y hasta se deja acariciar por una prostituta agradecida.

Los hombres las consideraban como ocasión y fuente de pecado. Desde niños se les advertía para no caer en sus artes de seducción. Jesús, sin embargo, pone el acento en la responsabilidad de los varones: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón».

Se entiende la reacción de Jesús cuando le presentan a una mujer sorprendida en adulterio, con intención de lapidarla. Nadie habla del varón. Es lo que ocurría siempre en aquella sociedad machista. Se condena a la mujer porque ha deshonrado a la familia y se disculpa con facilidad al varón.

Jesús no soporta la hipocresía social construida por el dominio de los hombres. Con sencillez y valentía admirables, pone verdad, justicia y compasión: «el que esté sin pecado que arroje la primera piedra». Los acusadores se retiran avergonzados. Saben que ellos son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad.

Jesús se dirige a aquella mujer humillada con ternura y respeto: «Tampoco yo te condeno». Vete, sigue caminando en tu vida y, «en adelante, no peques más». Jesús confía en ella, le desea lo mejor y le anima a no pecar. Pero, de sus labios no saldrá condena alguna.

¿Quién nos enseñará a mirar hoy a la mujer con los ojos de Jesús?, ¿quién introducirá en la Iglesia y en la sociedad la verdad, la justicia y la defensa de la mujer al estilo de Jesús?

CC - TCuaresma - D5 (EAbad)

1ª lectura: Isaias 43, 16-21
2ª lectura: Filipenses 3, 8-14
3ª lectura: Juan 8, 1-11

La cuaresma intenta llevarnos al encuentro de Jesucristo, para ir con él a la victoria de la Pascua: que nos sintamos triunfadores como él es triunfador del pecado y de la muerte con su resurrección.

Con una gran insistencia y desde hace ya tres domingos, se nos viene revelando ese retrato de un Jesucristo, que busca de mil modos y maneras llegar a nosotros, a nuestro corazón, vacío que está de esperanza por el hastío que produce a la corta o a la larga, el pecado. Esa vida desordenada, irresponsable y caprichosa que deja sin sentido, ni valor nuestra existencia. A esta vida así vivida, no la encontramos sentido.

Recordad primero, a aquel viñador, del que se nos habló el domingo 3º, que pide al dueño de la viña un año más de espera, antes de cortar la higuera que no tenía fruto. Y para nosotros se nos pide un año más de paciencia con nosotros mismos, para que logremos dar fruto, como le ocurrió a aquella higuera, donde había ido el amo un año y otro y otro, así hasta tres, sin encontrar nada. “Si no da fruto el año que viene, la cortarás”. Nosotros debemos tener también paciencia con nosotros mismos si no acabamos de dar fruto en esta cuaresma, en nuestra vida. Nunca la desesperanza.

También con pincelada maestra se nos ha presentado a Dios como ese buen Padre, que ve de lejos al hijo derrochador, que vuelve y que llevó una vida desastrada y disoluta en lejanas tierras. Y lo abraza y le besa. Interrumpe su confesión, aprendida de memoria, y no sentida. Lo viste, lo calza, le pone un anillo de señor y lo sienta a su mesa a un gran festín.

Y ¿qué decir de lo que hizo este mismo padre con su hijo mayor, el que nunca había abandonado ni a su padre, ni la casa? Este hijo mayor se siente justo y cumplidor de las reglas de juego, cumplidor de la ley. Y este padre, ante su actitud acusadora: “ese hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas mujeres”, y ante su actitud puritana, rebelde, llena de rencor y de envidia, su padre se abaja, se humilla, le suplica: “su padre salió a su encuentro y se puso a rogarle: “hijo mío tu siempre has estado conmigo y todo lo que tengo es tuyo”

Pues bien, si se nos ha trazado el retrato del Padre, lleno de ternura, de paciencia y que espera que un día llegaremos a estar a la altura de su amor, dando fruto, en este domingo y antes de entrar en la gran semana, que nosotros queremos hacer santa, esa gran olimpiada de toda la cristiandad, se nos presenta la figura de Jesucristo, Hijo de Dios, que obra, y ama como el Padre, porque el amor, es único en la Comunidad divina.

Si a estas alturas de la cuaresma hemos descubierto nuestra condición pecadora, bien por transgredir la ley, como el hijo menor, el hijo pródigo; bien por idolatrar la ley, como el hijo mayor con sus grandes fidelidades, pues a pesar de nuestra condición pecadora debemos dejarnos amar por Dios, tal y como somos, tal y como nos sintamos; es decir, pecadores.

Si el Padre perdona a uno y a otro hijo, si el Padre quiere al mayor y al menor, también Jesús, le vemos perdonar a la mujer adultera, cual otro hijo pródigo, y desarmar el corazón del odio que traían escribas y fariseos, que la querían lapidar para cumplir la ley. Nos llama la atención la misericordia tenida por Jesús sobre la mujer adúltera y en realidad de verdad trabajó mucho más al volcarse en amor e inteligencia sobre los fariseos y escribas para que dejaran en el suelo la piedra de su odio puritano y leguleyo.

Vemos a Jesús, sentado en el patio del templo. Había llegado a una hora temprana. Muchas gentes ya le rodeaban para escucharle. Los soldados llegaron a decir: jamás hemos visto hablar a un hombre como este, hablando. De repente, se oye un tumulto. Un grupo de hombres arrastran a la fuerza a una mujer desgreñada. La muchedumbre, que le rodeaba, se aparta y abre camino, después la rodean. Se oyen unas voces acusadoras: “ha engañado a su marido…es una adúltera, la hemos sorprendido… merece que la matemos a pedradas como manda la ley que nos dejó Moisés. Tú ¿qué dices? Se escuchan comentarios insidiosos, condenatorios, acusadores y sin piedad: “hay que apedrearla”. La situación se hace tensa. La mujer está muerta de vergüenza, no levanta la cabeza; la han sorprendido en flagrante delito de adulterio.

Jesús, sereno, los mira a sus ojos llenos de insidia y de odio. Se inclina y empieza a escribir con el dedo en la tierra junto a la mujer, como si quisiera hacer una barrera para protegerla. La actitud de Jesús está llena de respeto y de delicadeza. No la mira para no llenarla de vergüenza. Ya bastante tiene. Señor, no la quieres juzgar con tu mirada. Tienes piedad para con ella. Y empiezas a tomar una posición clara contra la ley por la ley. Las leyes son necesarias. Se necesitan reglas y normas generales para la vida en sociedad. Pero tú ves y vas más allá de la ley. Tú ves el corazón de esta mujer e interpretas la ley, la humanizas.

Los letrados y los fariseos insisten: quieren que Jesús también la condene. Y Jesús también se compadece de ellos, llenos como están de un puritanismo rencoroso, servil e idolátrico.

“Jesús se incorporó y les dijo: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Los haces adentrasen en su propia conciencia: “Mirad dentro de vosotros mismos”. Cuantas veces necesitamos nosotros hacer otro tanto, cuando nos sentimos tentados de juzgar a los demás con dureza y de modo inmisericorde. Nuestras propias debilidades deben hacernos indulgentes con las debilidades de los demás.

Este grupo acusador, conocedores y cumplidores fieles de la ley tienen un gran parentesco con el hijo mayor de la parábola que se nos contó el domingo pasado... Ese hijo también conocía y cumplía la ley, pero éste y aquellos tenían pervertido el corazón por el orgullo, la autosuficiencia, la confianza absoluta en unas normas y tradiciones, que haciéndolas suyas, ellos se convertían en dioses, juzgando, condenando y disponiendo de las vidas de los demás, incluso censurando y condenando la actitud misericordiosa y comprensiva del Padre y de Jesucristo.

Si tú te sientes reflejado en este grupo, fieles y cumplidores de la ley, llénate hoy de esperanza y de alegría, porque, si escuchas y dejas que las palabras de Jesús entren en tu corazón, lograrás dejar en el suelo, la piedra de tu odio acusador de tu autosuficiencia, de tu legalismo puritano, de tu endiosamiento funesto con el que te haces insoportable en la convivencia.

“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. “Ellos, al oírlo, dejaron que el eco de esa voz sonara y resonara en su corazón y “se fueron uno a uno, tirando por tierra su piedra”, su odio, su soberbia, haciendo ese gesto de auténtica conversión personal. Vinieron en masa y gritando. Se fueron uno a uno y en silencio sonoro. Y así hasta el último. Jesús a todos los quiso. Y ellos respondieron todos, pues todos dejaron la piedra. Y ¿nosotros, Comunidad cristiana de................?.

La adúltera quedó sola. Jesús, entonces, la preguntó: “Mujer ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? La delicadeza e inteligencia de Jesús son admirables: pregunta de tal manera, que pone ya en los labios temblorosos de la mujer la respuesta, que la devuelve su honra y su honor. “Ninguno, Señor”. “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Esta frase de Jesús debe ser el espíritu con que celebremos esta Eucaristía y la oración jaculatoria de esta 5ª semana de cuaresma, que rezándola y saliendo frecuentemente de nuestros labios, penetre en nuestro corazón y lo haga nuevo. Isaías nos lo ha profetizado: “mirad que realizo algo nuevo. No recordéis, pues, lo de antaño, tus pecados y debilidades, no penséis en lo antiguo. Mirad que realizo algo nuevo: haré brotar agua en el desierto de tu corazón y ríos en el yermo de tu vida, para apagar tu sed.

AMEN
Edu. escolapio

CC - TCuaresma - D4 (EAbad)

1ª lectura: Josué 5, 9ª.10-12
2ª lectura: 2ª Corintios 5,17-21
3ª lectura: Lucas 15, 1-3.11-32

La cuaresma intenta en estas dos últimas semanas ponernos frente a una revelación esencial para vivir la Pascua. Ante nuestros fracasos vividos o sentidos en nuestra vida pasada o en esta cuaresma. Se nos quiere llenar de esperanza: es ese fracaso de no encontrar fruto en nuestra vida, como nos lo recordaba el evangelio del domingo pasado. No encontrar fruto un año y otro año en esa higuera en medio de la viña. Amos de la higuera, como nos sentimos dueños de nuestra vida, pero de nada nos sirve, porque el fracaso nos persigue. Fracaso en los estudios o en nuestro trabajo profesional. Fracaso en nuestro hogar: padres contra hijos; hijos contra padres. Fracaso en nosotros mismos, esclavos de costumbres viciosas: alcohol, lascivia, droga. Fracaso en la vida. Y cuando uno está harto de tanto fracaso y de tanto desastre, que a uno le dan ganas de echarlo todo a rodar o a algo más, a veces, aparece un viñador, un servidor de esa viña. Y este servidor nos invita a la paciencia, a la sensatez, a la esperanza. “Déjala un año más, no la cortes. Yo la cavaré, la regaré, la abonaré”, escuchamos con una cierta esperanza, el domingo pasado. Y nos fuimos de la Iglesia con el eco de esa frase, hecha sinfonía o concierto de esperanza: “… y si no encuentras fruto, el año que viene la cortarás. Si no al año que viene, la cortarás. Si no al año que viene, la cortarás”. Este año déjala en la viña, que aun quedan esperanzas…

¿Quién es ese viñador que nos llena de esperanzas? Y San Lucas, este domingo nos hace un retrato, lleno de un realismo conmovedor y nos revela a Dios como Padre, que ama de modo incondicional. Y esta revelación se nos hace en un momento de la historia del mundo en que más necesitamos redescubrir a Dios como Padre, porque nunca este mundo ha sido menos fraternal, ya que unos, estando y viviendo en casa, -en la Iglesia- no hemos descubierto a Dios como Padre y otros, lo hemos abandonado, pegando un portazo, como el hijo pródigo.

Veamos el retrato que nos pinta San Lucas y su entorno. “Los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle. Los fariseos y los escribas le recriminaban, diciendo: este hombre acoge a los pecadores y come con ellos”. Esta es una revelación esencial de Dios. En esta parábola, conocida con el nombre de la parábola del hijo pródigo, el Padre es el centro del relato y no el hijo, en quien tanto nos fijamos por lo mucho que a él nos parecemos. Esta no es la parábola del hijo pródigo, sino la parábola del Padre, lleno de amores y de perdones.

Prosigue San Lucas: “Un hombre tenía dos hijos. El más joven dijo a su padre: Dame la parte de fortuna que me corresponde. Y el padre repartió su fortuna”. Vemos a un padre que ama de verdad y por ello es respetuoso de la libertad y de la autonomía de sus hijos. Deja partir, teniendo su corazón angustiado, a su hijo pequeño, pero con la esperanza que llegará a ser suficientemente adulto para comprender un día el amor de su padre

Por otra parte, vemos un hijo rebelde e irreflexivo a la par que irresponsable, que quiere vivir su vida y que rechaza estar sometido; que cree será más libre, si es totalmente independiente. Es esta rebelión típica de nuestro tiempo y en realidad de verdad, de todos los tiempos: el rechazo del padre, de la autoridad, y por consiguiente, también de Dios.

Característica de este mundo moderno, que por religión tiene el ateismo. Una religión sin Dios, porque dios es el mismo hombre. Dios no existe y si existe, el hombre vive como si no existiera. Es la religión de la permisividad. Todo me está permitido, porque el límite que dios me pudiera poner, ha desaparecido con el mismo dios. No hay nada absoluto, todo es relativo, porque soy yo quien mando en mi mismo con total libertad para decidir lo permitido y prohibido... Este ateismo ha preocupado y preocupa hondamente a los últimos Papas. El hombre sin Dios retrocede a su etapa salvaje de irracionalidad.

“Disipó su fortuna, nos dice el relato, en una vida de locuras… Después conoció la miseria de la vida de pecado: se quedó sin dinero, se quedó sin amigos, se quedó sin amores, se degradó tanto que con cerdos estaba de porquerizo para poder subsistir”.

No olvidemos que los cerdos para aquellas gentes eran animales impuros, para que nos hagamos cargo de su estado de miseria total. Era peor que estar en un muladar.

El pecado se nos presenta siempre en primer lugar, como atrayente, agradable, seductor. El maligno es lo suficientemente hábil para ocultar su malévola jugada de perdición. Vivir su libertad, revindicar su autonomía… todo eso es positivo y bueno, pero solo bajo cierto aspecto, ya que se puede tender fácilmente a la rebeldía, arrastrados por el egoísmo, la soberbia y la lujuria.

Tras su fracaso, “entonces, recapacitando, se dijo: cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras que yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti”. Tuvo este hijo rebelde la sensatez de saber reconocer su equivocación, aunque motivado más por el hambre que estaba pasando: cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras que yo aquí me muero de hambre, que por el amor a su padre. Su actitud de arrepentimiento es calculada; es para conmover al padre y que le deje entrar en casa, pues allí al menos tendrá comida, como los criados.

Y aún le parece poco decir a su padre: “Padre he pecado contra el cielo y contra ti”, y añade una confesión más emotiva y sentimental para lograr su objetivo. Es una confesión calculada de su culpa. No pretende llenar con su amor el corazón de su padre, sino, lo que busca es llenar su vientre de comida abundante. Y pensó finalmente dar un golpe de efecto: “con este golpe bajo, sentimental, venzo a mi padre y le arrancaré el perdón”. Añadiré: “ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Es, pues, una confesión bien pobre, hasta casi falsa o al menos hipócrita. Busca saciar su hambre. Le importa poco su padre.

“Su padre lo vio, cuando aun estaba lejos”, y lo llegó a reconocer, a pesar de la distancia, porque el verdadero amor agudiza la vista. “Y lleno de compasión corrió, se arrojó a su cuello y le abrazó… El hijo, gimoteando comenzó su confesión preparada y amañada: Padre he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. El Padre no le dejó acabar su confesión para que no se degradara más con su hipócrita mentira. Conocía muy bien al hijo: su limitación, pobreza espiritual, y su miseria. Y rápido y sin perder tiempo, pues le había esperado muchos años: Mandó que le pusieran el más bello vestido, un anillo en su mano, como hijo de un gran señor, zapatos… e hizo preparar un gran festín”. He aquí como el padre acoge al hijo rebelde. Todo es amor.

Y le trata no como pordiosero, sino como gran señor, por eso manda que le pongan un anillo en su mano, como un gran señor.

El hijo pródigo, en cambio, lo único que deseaba era comer como los criados de su padre. Como en él el amor había muerto, no podía imaginarse o admitir, que él pudiera ser amado. Ya no se creía ni hijo. Su amor estaba muerto. Era un hijo perdido. Ese puedes ser tu, tu retrato.

Claro que nosotros nos identificamos más fácilmente con el otro hijo, que no dejó la casa de su padre, como nosotros, que no hemos dejado la Iglesia, a diferencia de tantos hermanos nuestros, bautizados, que prácticamente la han abandonado.

El caso del hijo mayor es peor y más complicado. El hijo mayor se cree justo. Nosotros también, no nos creemos malos, sino buenos y a veces muy buenos. El no ha abandonado a su padre. No ha dejado la casa, dando un portazo, como su hermano. Yo tampoco he dejado la casa vengo a la Iglesia todos los domingos, incluso a veces, en días de semana. No he abandonado al Padre: ahí están mis comuniones de vez en cuando, al menos una vez al año y mis oraciones diarias o casi. Yo no he malgastado la hacienda con malas mujeres. Yo te he servido todos los años de mi vida, sin desobedecer nunca una orden tuya.

Pero el hijo mayor tenía su corazón muy lejos de su padre. Trabajaba en la casa, pero allí estaba con espíritu y actitud de jornalero, porque allí encontraba lo que su hermano pequeño echaba en falta: abundancia de comida y casa.

Pero también para este hijo mayor hubo un padre: “su padre salió, fijaros bien, es el padre quien toma la iniciativa y se molesta y sale en su busca; y se puso a rogarle”. No ruega el hijo al padre, sino el padre al hijo. El hijo estaba hinchado de envidia y de soberbia. Y el padre le quitó todo el veneno que llevaba en su corazón: “Hijo mío, tú siempre has estado conmigo; todo lo que tengo es tuyo”.

Hijos pequeños irreflexivos y rebeldes. Hijos mayores soberbios y mezquinos, cual escribas y fariseos, que no reconocen en el hijo menor y pecador, a su propio hermano, pues dice: “ese hijo tuyo”. El padre le hace comprender que no es solo su hijo, sino que también es su hermano. “porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

A todos, la cuaresma nos revela, que tenemos un padre para que ante la sensación de fracaso total en nuestras vidas, en nuestro hogar, en nuestra profesión, estudio o trabajo, en nuestro matrimonio o familia, en nosotros mismos, no nos sintamos solos, no nos sintamos angustiados, porque en esta Eucaristía, vamos a ver a un Dios hecho pan, hecho amor, hecho Pascua: un Cristo resucitado y victorioso, que viene a nuestros corazones de hijos pródigos, que retornamos a la vida de cada día con más esperanza, porque descubrimos y sabemos que Dios es Padre y quiere a las dos clases de hijos: a los que le dejaron y abandonaron; y a los que, quedándose en casa, le sirvieron y le trataron con espíritu de criados y jornaleros interesados en sus salarios y dineros, pero no con espíritu de hijos.

Quiero, para acabar, poneros una gran dificultad en esta parábola. ¿Cómo es posible que este hijo pequeño pegue un portazo y abandone una casa, donde hay un padre excepcional, de bueno, de comprensivo, de respetuoso con su libertad? ¿Sabéis por qué?.

Algunos Santos Padres comentan: porque en la parábola no aparece la figura de la madre por ninguna parte. Si hubiera estado la madre, el chico no se va.

Que María aparezca en nuestra Cuaresma. No dejaremos así al Padre. Alabaremos a Dios. No daremos "un portazo".

Dios-Padre, que ama de modo incondicional, nos espera en la casa, para que intentemos, antes de que acabe este tiempo de misericordia de la cuaresma, encontrarle en el sacramento de la reconciliación y penitencia, la seguridad y no solo el sueño o la ilusión, de que Dios, el Padre, con un signo material y sensible, me ha dado el abrazo de Padre, de perdón, de amor, de paz y de alegría por las palabras que oigo de su parte: Yo te perdono todos tus pecados.

AMEN.
Edu, escolapio

Tuesday, March 13, 2007

CC - TCuaresma - D4 (Pagola)

Lucas 15, 1 – 3. 11 – 32
CÓMO IMAGINA JESÚS A DIOS
José Antonio Pagola

No quería Jesús que las gentes de Galilea le sintieran a Dios como un rey, un señor o un juez. Él lo experimentaba como un padre increíblemente bueno. En la parábola del «padre bueno» les hizo ver cómo imaginaba él a Dios.

Dios es como un padre que no piensa en su propia herencia. Respeta las decisiones de sus hijos. No se ofende cuando uno de ellos le da por «muerto» y le pide su parte de la herencia.

Lo ve partir de casa con tristeza, pero nunca lo olvida. Aquel hijo siempre podrá volver a casa sin temor alguno. Cuando un día lo ve venir hambriento y humillado, el padre «se conmueve», pierde el control y corre al encuentro de su hijo.

Se olvida de su dignidad de «señor» de la familia, y lo abraza y besa efusivamente como una madre. Interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones. Ya ha sufrido bastante. No necesita explicaciones para acogerlo como hijo.

No le impone castigo alguno. No le exige un ritual de purificación. No parece sentir siquiera la necesidad de manifestarle su perdón. No hace falta. Nunca ha dejado de amarlo. Siempre ha buscado su felicidad.

Él mismo se preocupa de que su hijo se sienta de nuevo bien. Le regala el anillo de la casa y el mejor vestido. Ofrece una fiesta a todo el pueblo. Habrá banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que buscaba entre prostitutas paganas.

Así le sentía Jesús a Dios y así lo repetiría también hoy a quienes olvidados de él, se sienten lejos o comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.

Cualquier teología, predicación o catequesis que olvida esta parábola central de Jesús e impide experimentar a Dios como un Padre respetuoso y bueno, que acoge a sus hijos perdidos ofreciéndoles su perdón gratuito e incondicional, no proviene de Jesús ni transmite su Buena Noticia de Dios.

Sunday, March 11, 2007

CC - TCuaresma - D3 (Pagola)

Lucas 13, 1 – 9
¿PARA QUÉ UNA HIGUERA SIN HIGOS?
José Antonio Pagola

Jesús se esforzaba de muchas maneras por despertar en la gente la conversión a Dios. Era su verdadera pasión: ha llegado el momento de buscar el reino de Dios y su justicia, la hora de dedicarse a construir una vida más justa y humana, tal como la quiere él.

Según el evangelio de Lucas, Jesús pronunció en cierta ocasión una pequeña parábola sobre una «higuera estéril». Quería desbloquear la actitud decepcionante de quienes le escuchaban, sin responder prácticamente a su llamada. El relato es breve y claro.

Un propietario tiene plantada en medio de su viña una higuera. Durante mucho tiempo ha venido a buscar fruto en ella. Sin embargo, años tras año, la higuera viene defraudando las esperanzas que ha depositado en ella. Allí sigue, estéril, en medio de la viña.

El dueño toma la decisión más sensata. La higuera no produce fruto y está absorbiendo inútilmente las fuerzas del terreno. Lo más razonable es cortarla. «¿Para qué va a ocupar un terreno en balde?»

Contra toda sensatez, el viñador propone hacer todo lo posible para salvarla. Cavará la tierra alrededor de la higuera para que pueda contar con la humedad necesaria, y le echará estiércol para que se alimente. Sostenida por el amor, la confianza y la solicitud de su cuidador, la higuera queda invitada a dar fruto. ¿Sabrá responder?.

El relato de Jesús es una parábola abierta, contada para provocar nuestra reacción. ¿Para qué una higuera sin higos? ¿Para qué una vida estéril y sin creatividad? ¿Para qué un cristianismo sin seguimiento práctico a Cristo? ¿Para qué una Iglesia sin dedicación al reino de Dios?.

La pregunta de Jesús es inquietante. ¿Para qué una religión que no cambia nuestros corazones? ¿Para qué un culto sin conversión y una práctica que nos tranquiliza y confirma en nuestro bienestar? ¿Para qué preocuparnos tanto de «ocupar» un lugar importante en la sociedad, si no introducimos fuerza transformadora con nuestras vidas? ¿Para qué hablar de las «raíces cristianas» de Europa, si no es posible ver los «frutos cristianos» de los seguidores de Jesús?

CC - TCuaresma - D3 (EduardoA)

1ª - Lectura: Éxodo 3, 1-8ª.13-15
2ª - Lectura: 1ª Corintios 10, 1-6.10-12
3ª - Lectura: Lucas 13, 1-9

En los dos primeros domingos de cuaresma se nos han señalado los dos momentos o puntos clave de referencia en nuestro caminar cristiano. El punto de salida o de partida y el punto de arribada. El punto de salida representado y determinado por la lucha contra las tres grandes tendencias, que nos solicitan, nos tientan a todo ser humano. El mismo Jesucristo, como hombre, lo vivió en el desierto, que es lugar simbólico del combate. Lucha, pues, desde la señal de salida, que se nos dio el miércoles de ceniza, para lograr el equilibrio de nuestras tres fuerzas constitutivas de nuestra naturaleza.

Veamos esas tres fuerzas o tendencias o aptitudes naturales, que malas, pues, no son:


1ª fuerza: deseo de tener.

Que no nos desborde el deseo desmedido de tener, cayendo en la ambición, avaricia y egoísmo. Hay que dar y darse. Es el remedio para tal mal o tentación. Decimos, tradicionalmente, limosna, que no es nunca dar lo que te sobre, pues eso será una burla a Dios y un desprecio del pobre. Dar lo que te corresponde, como ciudadano de este planeta. Primero, da LO QUE TIENES, si mucho, mucho, si poco, poco. Pero la verdadera limosna la das cuando das LO QUE ERES, porque tu eres la mejor y la más grande limosna.


La 2º fuerza: deseo de ser.

Que no nos desborde el deseo de prestigio, querer ser más que los demás con soberbia y orgullo, esclavizando y despreciando al prójimo, como si fuéramos nosotros mismos, dueños, señores, amos y dioses. El remedio a ese desorden es la oración íntima, en que descubrimos a Dios y lo reconocemos como Creador y Señor y nosotros solo criaturas. Dios es el Señor, nosotros, servidores. Y dejamos de ser así, avasalladores, dominadores de los demás. Nunca es el hombre más grande, que cuando está de rodillas, que decía Donoso Cortés.


La 3ª fuerza: deseo de gozar.

Que no nos desborde el deseo de placer en el comer, en el beber y en el sentir, con la gula, la embriaguez y la lujuria o impureza. Y con templanza y castidad lograr ese equilibrio y señorío de uno mismo; que no sea la copa de alcohol y todo lo demás quienes rijan tu vida. Que tú mandes en ti y en tu corazón.


Pero todo este empeño de equilibrar nuestras fuerzas y nuestro ser, lo debemos poner, no por simple afán de superración personal, de ser incluso mejores, sino, porque queremos vivir conforme corresponde a la dignidad del ser humano que ha sido redimido, salvado ya por Jesucristo en la cruz; como ocurre con el hijo del rey, que al tomar conciencia de su categoría, de su condición, de su responsabilidad de príncipe heredero, se esfuerza por tener un comportamiento real. Si en la cuaresma solo luchas por ser una mejor persona, te preparas entonces, para un simple concurso de micritos, pero no para vivir la Pascua, que es transfiguración de tu vida: de humano a divino, de esclavo a ser libre, de criatura a hijo de Dios, de temporal a eterno, de habitar en tinieblas, a vivir en la luz esplendorosa, de muerte a nueva vida. Todo ello como Jesucristo en el Tabor, que constituye el punto de llegada, la meta.

Para llegar a ella hay que recorrer este camino de la cuaresma, que es lo mismo que decir, el camino de nuestra vida. Hay que convertirse cada día un poco más; pero fíjate bien, con la confianza de que Dios no romperá su alianza de esperarnos y salvarnos, aunque nosotros le seamos infieles. El nos estará siempre diciendo: te sigo esperando, te sigo siendo fiel a mi promesa, que le dijo Dios a Abraham, de darle un cielo de estrellas como descendencia y una tierra, manando leche y llena de ganados, y miel, llena de cosechas.

Recordad por un momento lo que nos decían el domingo último: que Dios selló su compromiso, su Alianza, diciendo: Que quede yo descuartizado, como estos animales, que tu has partido por la mitad y que quede consumido, como yo lo he hecho, al pasar entre ellos, con la tea encendida, si no te soy fiel a mi promesa.

¡Qué fantástico trabajar y luchar en la cuaresma con esta esperanza ante nuestras debilidades! Hay que convertirse, pues, cuanto antes. No dejarlo para después, pues puede ser algo tarde, si viene el Señor a buscar fruto a la higuera de nuestra vida, como nos lo ha recordado el evangelio de hoy. En esta cuaresma hay que repasar, de verdad, la propia vida para ver qué debemos cambiar y qué cosas nuevas debemos hacer. Nos tenemos que volver a Dios y entregarnos al servicio de todos los hombres, nuestros hermanos. Como Dios lo hace por todos nosotros.

En la primera lectura de hoy, Dios se nos muestra saliendo de sí y dirigiéndose en ayuda de la gente esclavizada. No es un Dios indiferente a la situación de desgracia de los hombres: he visto la opresión de mi pueblo... He oído sus quejas me he fijado en sus sufrimientos. Y este Dios no se queda con los brazos cruzados, indiferente insensible, a estas situaciones de necesidad, de miseria y de esclavitud. Este es el ejemplo que nos da Dios. Nosotros nos quedamos insensibles, indiferentes y despreocupados ante los grandes problemas del mundo: el hambre, la guerra, el terrorismo, la degradación moral con la droga, la prostitución... Y lo mismo hacemos ante problemas menores, como los ancianos en nuestras familias o en nuestro barrio o pueblo, los niños sin catequesis, los pobres, que como Lázaro están cerca de nosotros y no los vemos a la puerta de nuestra casa, porque miramos para otra parte; los enfermos sin la atención debida, sin medicinas y sobre todo, solos.

Voy a bajar a librarlos y a sacarlos de esta tierra de esclavitud, a una tierra fértil y espaciosa. Nosotros nos quedamos en casa, mirando la televisión. Este ejemplo de Dios nos está pidiendo a cada uno, una entrega vital, para que nuestro ser se transfigure, que es la meta o punto final. No ir, pues, tanto a lo tuyo. No murmurar, no fisgonear, haced alguna obra de caridad: como dialogar más en el matrimonio, ser más responsable en la educación de los hijos y nietos, dar más dinero a causas que lo necesitan, esforzarse por leer sobre todo la Biblia y asistir a algún cursillo sobre la Biblia para aprender y cultivarse más, en nuestra formación cristiana para que sepa al Dios que adoro y no que adore los ídolos que esta sociedad me ofrece: el becerro de oro, el poder por el poder y conseguido sea como sea, y las bacanales del dios Baco.

En el evangelio de hoy se nos advierte, que debemos convertirnos cuanto antes, no sea que la muerte nos sorprenda, como a aquellos galileos, que Pilatos degolló o aquellos diez y ocho, que murieron, aplastados por el derrumbamiento de la torre de Siloé; porque si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Nuestra vida ser un desastre. Y Dios, como buen pedagogo, nos lo enseña y advierte con los desastres, que vivimos en nuestros tiempos.

Cuando el fin de semana subes al coche para hacer un pequeño tour, puedes ser una de las 20 ó 30 personas que no volverán ya más a su casa. Y ya sabes que aunque tú conduzcas, el otro te puede causar el accidente mortal.

Afortunadamente, Dios, es más indulgente que nosotros y nos protege contra nuestra propia debilidad y abandono. En la parábola de la higuera estéril con que concluyó su charla de aquel día, Jesucristo aparece como el buen viador, que intercede por nosotros, que nos concede algunos plazos de tiempo y que nos cultiva. Pero, no lo olvidemos, hay que dar fruto. No se puede ocupar un lugar, un sitio en el mundo como un parásito. Si el a lo que viene no da fruto, entonces córtala Nos han dado un plazo más, un momento de esperanza, con esta cuaresma, que pudiera ser la última, sea mayor o sea joven.

Que en la Eucaristía, en la que nos vamos a encontrar con este buen viñador, le demos gracias de todo corazón y le pidamos que nos haga sensatos con la sabiduría que hay en su Palabra, para que demos frutos.


AMEN
Edu, escolapio