Thursday, March 27, 2008

CA - 2DP - 2008 (Pagola)

Juan 20, 19 - 31
NO OCULTAR AL RESUCITADO
José Antonio Pagola

María de Magdala ha comunicado a los discípulos su experiencia y les ha anunciado que Jesús vive, pero ellos siguen encerrados en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. El anuncio de la resurrección no disipa sus miedos. No tiene fuerza para despertar su alegría.

El evangelista evoca en pocas palabras su desamparo en medio de un ambiente hostil. Va a «anochecer». Su miedo los lleva a cerrar bien todas las puertas. Solo buscan seguridad. Es su única preocupación. Nadie piensa en la misión recibida de Jesús.

No basta saber que el Señor ha resucitado. No es suficiente escuchar el mensaje pascual. A aquellos discípulos les falta lo más importante: la experiencia de sentirle a Jesús vivo en medio de ellos. Solo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes.

Los discípulos «se llenan de alegría al ver al Señor». Siempre es así. En una comunidad cristiana se despierta la alegría, cuando allí, en medio de todos, es posible «ver» a Jesús vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz que solo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el centro de nuestros encuentros, reuniones y asambleas, sin que nadie lo oculte.

A veces somos nosotros mismos quienes lo hacemos desaparecer. Nos reunimos en su nombre, pero Jesús está ausente de nuestro corazón. Nos damos la paz del Señor, pero todo queda reducido a un saludo entre nosotros. Se lee el evangelio y decimos que es «Palabra del Señor», pero a veces solo escuchamos lo que dice el predicador.

En la Iglesia siempre estamos hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Jesús es predicado, enseñado y celebrado constantemente, pero en el corazón de no pocos cristianos hay un vacío: Jesús está como ausente, ocultado por tradiciones, costumbres y rutinas que lo dejan en segundo plano.

Tal vez, nuestra primera tarea sea hoy «centrar» nuestras comunidades en Jesucristo, conocido, vivido, amado y seguido con pasión. Es lo mejor que tenemos en la parroquia y en la diócesis.

CA - 1DP - 2008 (Pagola)

Juan 20, 1 - 9
LAS CICATRICES DEL RESUCITADO
José Antonio Pagola

«Vosotros lo matasteis, pero Dios lo resucitó». Esto es lo que predican con fe los discípulos de Jesús por las calles de Jerusalén a los pocos días de su ejecución. Para ellos, la resurrección es la respuesta de Dios a la acción injusta y criminal de quienes han querido callar para siempre su voz y anular de raíz su proyecto de un mundo más justo.

No lo hemos de olvidar jamás. En el corazón de nuestra fe hay un crucificado al que Dios le ha dado la razón. En el centro mismo de la Iglesia hay una víctima a la que Dios ha hecho justicia. Una vida «crucificada», pero motivada y vivida con el espíritu de Jesús, no terminará en fracaso sino en resurrección.

Esto cambia totalmente el sentido de nuestros esfuerzos, penas, trabajos y sufrimientos por un mundo más humano y una vida más dichosa para todos. Vivir pensando en los que sufren, estar cerca de los más desvalidos, echar una mano a los indefensos… seguir los pasos de Jesús no es algo absurdo. Es caminar hacia el Misterio de un Dios que resucitará para siempre nuestras vidas.

Los pequeños abusos que podamos padecer, las injusticias, rechazos o incomprensiones que podamos sufrir, son heridas que un día cicatrizarán para siempre. Hemos de aprender a mirar con más fe las cicatrices del resucitado. Así serán un día nuestras heridas de hoy. Cicatrices curadas por Dios para siempre.

Esta fe nos sostiene por dentro y nos hace más fuertes para seguir corriendo riesgos. Poco a poco hemos de ir aprendiendo a no quejarnos tanto, a no vivir siempre lamentándonos del mal que hay en el mundo y en la Iglesia, a no sentirnos siempre víctimas de los demás. ¿Por qué no podemos vivir como Jesús diciendo: «Nadie me quita la vida, sino que soy yo quien la doy»?

Seguir al crucificado hasta compartir con él la resurrección es, en definitiva, aprender a «dar la vida», el tiempo, nuestras fuerzas y tal vez nuestra salud por amor. No nos faltarán heridas, cansancio y fatigas. Una esperanza nos sostiene: Un día «Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas porque todo este mundo viejo habrá pasado».

CA - 1DC - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarro

La Cuaresma es el tiempo litúrgico de preparación para la Pascua, la principal fiesta cristiana; como bien dice San Pablo en (1Cor, 15, 17): “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido ...”

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre el proyecto de vida, de felicidad, de esperanza que Dios tiene para cada uno de nosotros; pero este proyecto lo echó a perder el ser humano, ya desde le primer momento. Por ello, las lecturas de hoy también nos hablan de tentación y de pecado, como realidades que están amenazando constantemente ese proyecto de Dios para con nosotros. Por eso, durante la Cuaresma, hay también una invitación “al combate espiritual” contra las fuerzas que tratan de alejarnos de Dios, al igual que lo vivió también Jesús en el desierto.

La Primera Lectura subraya la centralidad del ser humano en la obra creadora de Dios. Todo lo creado está en función del ser humano y le sirve de escenario. Pero esta situación de privilegio no concede al ser humano el derecho de decidir sobre su vida al margen de Dios, como lo hicieron Adán y Eva, pues el ser humano, a pesar de su dignidad, sigue siendo criatura dependiente de Dios; de aquí que lo primero que lo define no es su libertad sino su dependencia de Dios. Como bien dice San Ireneo: “En esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer al servicio de Dios”.

El Profeta Jeremías tiene muy clara esta idea, al decirnos: “Bajé a la casa del alfarero y lo encontré trabajando en el torno. Si se estropeaba la vasija que estaba haciendo, mientras moldeaba la arcilla con sus manos, volvía a hacer otra a su gusto. Entonces, el Señor me dijo: ‘Acaso no puedo yo hacer con ustedes igual que hace el alfarero’ Como está la racilla en manos del alfarero, están ustedes en mis manos...” (Jer. 18,3-6).

Esta conciencia de criatura de Dios es la que define nuestra relación con El. Por ello es una tentación ver a Dios como enemigo o, sus leyes, como un obstáculo a la felicidad human, como lo vieron Adán y Eva, como lo seguimos viendo nosotros cuando nos revelamos contra las leyes morales, que frenan nuestras pasiones.

En eso consiste el pecado: en apropiarnos como conquista nuestra lo que son dones que Dios nos ha regalado, poniendo a prueba nuestra fidelidad a Dios, como sucedió con Jesús en el desierto. San Agustín escribe a propósito de ser tentados en esta vida: “Nuestra vida, en efecto, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones” (Oficio de Lectura de hoy).

La Segunda Lectura y el Evangelio nos presentan el diferente comportamiento de Adán y Jesús frente a la tentación cuando ésta trató de alejarlos de Dios. El primer Adán no logra resistir la tentación que le empuja a no seguir la voluntad de Dios. El segundo Adán, Cristo, con su total obediencia a la voluntad del Padre, nos dice con su ejemplo que el corazón de toda tentación es dejar de lado a Dios aunque en esos momentos no se vea así. La tentación, pues, pone a prueba nuestra adhesión a Dios.

Wednesday, March 26, 2008

CA - 5DO - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarro

En la Fiesta de Navidad y Epifanía reflexionamos sobre la “luz”, referida a Jesucristo que vino a iluminar las tinieblas de la ignorancia y del error en que la Humanidad vivía respecto de Dios. Por medio del Profeta Isaías el Señor nos dijo “el Pueblo que camina en tinieblas, vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló” (Is. 9,2). Y en otro momento del Tiempo navideño “Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz” (Is. 60,1).

Hoy volvemos a reflexionar sobre el tema de la “luz” en el misterio cristiano, mas no desde la perspectiva de Dios que ilumina el mundo, sino de la perspectiva del cristiano quien, una vez iluminado por Dios, debe ser LUZ que ilumine a los hombres con su amor y caridad. Anteriormente reflexionamos en el tema de la luz, como don de Dios; hoy lo hacemos como respuesta a ese don. Es decir, como tarea moral de quienes tienen conciencia de que Dios primero los sacó de las tinieblas del pecado en que vivían.

En esta línea, el Profeta Isaías, nos dice en la Primera Lectura que nuestra oscuridad se volverá luz cuando practiquemos las obras de misericordia. Y San Pablo, en la Segunda Lectura, nos invita a proclamar la Palabra, sin buscar la vanagloria humana, ya que la “caridad no presume ni se engríe”, como nos dirá en otro pasaje de esta misma carta.

El Evangelio, mediante tres comparaciones, ilustra la vocación irradiante del cristiano en el mundo. El debe ser la LUZ que ilumina, la SAL que no puede perder su sabor, la CIUDAD colocada en lo alto, que orienta y anuncia el camino.

La semejanza de la SAL manifiesta la necesidad natural del cristiano de influir en la vida ajena. La comparación de la CIUDAD insinúa el carácter colectivo del testimonio. En el símil de la LUZ se aclara que el valor del testimonio está en la expresividad de unas obras propias de un hijo de Dios y, por tanto, de un hermano de los hombres. La gloria de dios se manifiesta en las obras de sus hijos, del mismo modo que la gloria de los padres se manifiesta en la conducta de sus hijos.

Los primeros cristianos entendieron muy bien el significado personal de estas exigencias del Evangelio de hoy. Sabían que eran un “pequeño rebaño” en medio de un mundo paganizado y sentían vivamente su responsabilidad de iluminar, de ser fermento y de comunicar la buena nueva. Así lo testimonia un escrito de aquella época ,la Carta a Diogneto, donde se lee: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres porque vivan en una región diferente, así como tampoco por su idioma o sus vestidos Viven en ciudades griegas o bárbaras, según donde a cada uno le ha caído en suerte; siguen las costumbres locales en su modo de vestir, de alimentarse y de comportarse aman a todos, y todos los persiguen. Se les ignora y se les condena.... Para decirlo de una vez: lo que es el alma en el cuerpo, eso mismo son los cristianos en el mundo. El alma se halla extendida por todos los miembros del cuerpo, lo mismo que las cristianos por las ciudades del mundo... .Dios fue quien los puso en tamaña condición, y no les está permitido desertar de ella”.

Nuestras obras deben brillar ante los hombres para que den Gloria a Dios. El discípulo de Cristo no puede buscar su propia gloria, sino la gloria del Padre celestial, como nos recuerda el final del Evangelio de hoy: “Alumbre así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo” (Mt. 5,16)

El Papa, en su carta apostólica Nuovo Millenio Ineunte escribía:” Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su “reflejo” Esta es una tarea que nos hace temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia que nos hace hombres nuevos”. (n. 54)

Sunday, March 23, 2008

CA - 4DO - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarro

En los domingos anteriores, las lecturas han tratado de facilitamos una clave de interpretación de Jesús y su misión. Se nos dijo que este Jesús, que hoy nos habla, es el Hijo Amado del Padre. Jesús, por su parte, empezó a actuar mediante milagros (signos) y palabras (enseñanzas) para mostrar que él era el enviado de Dios, como lo había proclamado el padre en el Bautismo.

El Evangelio de hoy nos presenta el “programa” de las enseñanzas que Jesús nos trae de parte de Dios. Con este programa se inicia una amplia catequesis sobre qué significa creer en Jesús que se irá desarrollando domingo tras domingo hasta el próximo Adviento. Las Bienaventuranzas son ese “programa”, “la nueva ley” del creyente. En ellas, Jesús, como nuevo Moisés, como nuevo legislador, nos ofrece el camino de la salvación, camino que rompe con todos los esquemas que los humanos tenemos de la búsqueda de la felicidad.

Las Bienaventuranzas ofrecen una síntesis de vida cristiana. Nos invitan a revisar nuestra jerarquía de valores, nos ayudan a comprender la relatividad de todo lo creado, la relatividad de los bienes materiales, la relatividad e incongruencia de la búsqueda de la felicidad en el tener y en el poder, la relatividad de los sufrimientos de esta vida.

El mensaje de las Bienaventuranzas invita al cristiano a descubrir que debe hacer en su vida una inversión de los valores y métodos que “el mundo” consagra como válidos para alcanzar la felicidad.

El concilio Vaticano II dice, cuando habla de los Religiosos: “los Religiosos, en virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas” (LG.3 1, b). Y al hablar del resto de los cristianos dice, por un lado que están llamados a la santidad (LG. 5) cada uno según su propio estado y, por otro, que “hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad” (LG. 3 1, b)

Y el Papa Benedicto XVI, en su libro titulado “Jesús de Nazareth”, al hablar de las Bienaventuranzas dice: “Referidas a la comunidad de los discípulos de Jesús, las Bienaventuranzas son una paradoja: (en ellas) se invierten los criterios del mundo, las cosas se ven en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es distinta de la del mundo. Precisamente los que, según los criterios del mundo, son considerados pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos, y pueden alegrarse y regocijarse, no obstante todos sus sufrimientos. Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que se invierten los valores, ya que cuando el (cristiano) camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios.., con Jesús entra la alegría en la tribulación”. (p.99).

En la Primera Lectura, el profeta Sofonías dice: “Buscad al Señor, tomad conciencia de vuestra debilidad y vuestra fragilidad, de vuestra pobreza y buscad al Señor, cumplid sus mandamientos”, preparando así nuestro a mente para escuchar las Bienaventuranzas.

San Pablo en la Segunda lectura, dice a los corintios: que en su comunidad no abundan los sabios ni los poderosos, según el mundo. Y esto porque no se puede profundizar en el mensaje de Jesús sin humildad, sin reconocer nuestra pobreza personal y sin el deseo de ser pobres ante Dios.

Thursday, March 20, 2008

CA - 3DO - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarro

Teniendo como fondo las palabras que el Padre pronunció en el Bautismo de Jesús: Este es mi Hijo amado, el predilecto (escúchenlo) nos disponemos a emprender, a partir de este domingo, el camino del discipulado de Jesús, un año más, para escuchar su Palabra a lo largo de todos los domingos del año. Así creceremos en la Fe y en el Seguimiento.

El Evangelio de hoy, nos comenta las primeras actividades de la Vida Pública de Jesús. San Mateo, omitiendo el primer ministerio de Jesús en Judea que nos cuenta el Evangelio de Juan (Jn.3,22), pone el inicio de la predicación de Jesús en “la Galilea de los gentiles” (Is. 9,1), cumpliendo así la profecía de Isaías que hemos escuchado en la Primera Lectura.. De este modo, San Mateo presenta a Jesús como teniendo muy claro, desde el comienzo de su actividad, que su misión está dirigida a todos los Pueblos y no sólo al Pueblo de Israel

Galilea, (donde Jesús comienza su actividad) era considerada por el judaísmo ortodoxo, como zona pagana, excluida de la salvación, dada su proximidad geográfica a los territorios paganos de Tiro y Sidón y porque sus habitantes eran producto del mestizaje de la población primitiva con elementos paganos. Una vez más, los marginados por los hombres son los preferidos por Dios.

El Evangelio de hoy, nos da un resumen de la actividad de Jesús, con estas palabras: “Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del Pueblo” (Mt. 4,23). Desde el comienzo que la actividad de Jesús se lleva a cabo con palabras y obras.

También nos dice que las primeras palabras con las que comenzó su predicación fueron un llamado a la conversión: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt. 4,17) que es una invitación a cada persona que se acerca a El a situarse ante un nuevo orden de cosas en el lo que priva no son las leyes humana sino los deseos de Dios.

Jesús predica la Conversión, anuncia el Reino y llama para el ministerio apostólico a los primeros discípulos. No hay Conversión sin Jesús, no hay Reino sin Jesús, no hay llamada sin Jesús. Se impone, pues, acercarse a Jesús en cuerpo y alma. Así lo hicieron los primeros discípulos y quedaron convertidos en hombres nuevos, porque todo el que se encuentra con Jesús ya no lo puede dejar.

La Segunda Lectura es un llamado a vivir la unidad que nos viene del Bautismo. “Poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir”. (1Cor.1,1O), nos dice San Pablo. Cada uno de nosotros debe procurar la unidad en Cristo y luchar contra todo lo que ponga en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo; pues ser cristiano es sentirse llamado a entrar en una Comunidad que haga posible encontrarse con Jesús, seguirle y continuar su misión evangelizadora.

Monday, March 17, 2008

CA - 2DO - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarro

Estamos en la primera parte del T.O., esas 34 semanas en las que no celebramos un aspecto concreto de la Vida de Cristo, como en los demás tiempos del Año Litúrgico, sino su persona y su misterio global. La Iglesia, desde muy antiguo, empezó a celebrar los domingos del TO. como días en los que la Comunidad se reúne para celebrar la Cena del Señor. Por ello, este día se llamó Domingo, día del Señor. Estas semanas nos ayudan a crecer y madurar en lo que celebramos en los tiempos fuertes de Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma y Pascua. Al mismo tiempo nos hacen descubrir que la vida cotidiana es también tiempo de salvación. Al ir profundizando en el misterio de Cristo, surge en nosotros el deseo de seguir a Jesús, como discípulos, buscando así una coherencia de vida entre lo que celebramos en la Liturgia cada Domingo y lo que vivimos en nuestra vida ordinaria.

Este domingo es considerado todavía, como continuación de la Epifanía y del Bautismo del Señor, los textos nos manifiestan su identidad como Mesías, Enviado de Dios, como nuestro Maestro y Salvador. La Primera lectura está tomada del Segundo Canto del Siervo Yavé.”. En este canto, el Profeta Isaías, se expresa en términos que recuerdan los relatos proféticos de vocación (Jer. 1, 4- 10). Toda la actividad del Siervo, tiene como origen un llamado de Dios que le confía la misión de reunir al pueblo de Israel Pero la voluntad salvadora de Dios no tiene fronteras, y por eso, el Siervo es constituido” luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is. 49,6)

El evangelio de San Juan nos dirá que Jesús iba a morir por la nación (judía), y no sólo por la nación (judía), sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn.fl, 51-52). De este modo el Evangelista aplica a Jesús lo que Isaías dice del Siervo

El doble testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús que leemos en el Evangelio de hoy, es el equivalente en el cuarto evangelio del relato del Bautismo de Jesús que nos relatan los Evangelios Sinópticos

El texto se centra en la identidad de Jesús, de la que el Bautista destaca algunos elementos concretos:

* La atribución a Jesús de la expresión “el cordero de Dios”, hay que entenderla como la combinación de dos tradiciones: Por una parte, la aplicación a Jesús de los textos de Isaías sobre el Siervo de Yavé , que carga sobre sí las culpas de todos y como un cordero llevado al matadero no abre la boca (Is.53); y por otra, la idea de que Jesús muere como el cordero pascual (Jn. 19,36. cfr. Ex. 12,46)

* Otro aspecto de la identidad de Jesús que el texto acentúa es su relación con el Espíritu. Juan da testimonio de que Jesús ha recibido el Espíritu y que permanece en él de forma continua. Jn. l, 32-34(Evangelio de hoy)

* Juan en su testimonio señala a Jesús como Hijo de Dios (Jn. 1,34).

San Pablo, en la Segunda lectura, saluda a la comunidad de Corinto, deseándole el amor del Padre (gracia) y la paz, como efecto reconciliador de ese amor.

Luego llama a la comunidad “Iglesia de Dios” y la describe como:

* ¨Iglesia de Dios en Corinto”: presupone existe identidad entre la Iglesia Universal y Local

* “Consagrados por Jesucristo”: Por Jesucristo han recibido la acción salvadora de Dios y su perdón

* “Pueblo santo que él llamó: la nueva identidad de los creyentes es, a la vez, un don y una misión

* “Que invocan el nombre de Jesucristo” (expresión inspirada en JI. 3,5, define a los cristianos, considerados como los que viven en relación permanente con Dios por la oración y la alabanza, viviendo en unión con los hermanos de otras comunidades. El lazo de unión es la fe en el Señor Jesús (Rom 1,7)

Thursday, March 13, 2008

CA - RamosDSS - 2008 (Pagola)

Mateo 26,14 / 27,66
CARGAR CON LA CRUZ
José Antonio Pagola

Lo que nos hace cristianos es seguir a Jesús. Nada más. Este seguimiento a Jesús no es algo teórico o abstracto. Significa seguir sus pasos, comprometernos como él a «humanizar la vida», y vivir así contribuyendo a que, poco a poco, se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo donde reine Dios y su justicia.

Esto quiere decir que los seguidores de Jesús estamos llamados a poner verdad donde hay mentira, a introducir justicia donde hay abusos y crueldad con los más débiles, a reclamar compasión donde hay indiferencia y pasividad ante los que sufren. Y esto exige construir comunidades donde se viva con el proyecto de Jesús, con su espíritu y sus actitudes.

Seguir así a Jesús trae consigo, más tarde o más temprano, conflictos, problemas y sufrimiento. Hay que estar dispuesto a cargar con las reacciones y resistencias de quienes, por una razón u otra, no buscan un mundo más humano, tal como lo quiere ese Dios revelado en Jesús. Quieren otra cosa.

Los evangelios han conservado una llamada realista de Jesús a sus seguidores. Lo escandaloso de la imagen sólo puede provenir de él: «Si alguno quiere venir detrás de mí… cargue sobre las espaldas su cruz y sígame». Jesús no los engaña. Si le siguen de verdad, tendrán que compartir su destino. Terminarán como él. Esa será la mejor prueba de que su seguimiento es fiel.

Seguir a Jesús es una tarea apasionante: es difícil imaginar una vida más digna y noble. Pero tiene un precio. Para seguir a Jesús, es importante «hacer»: hacer un mundo más justo y más humano; hacer una Iglesia más fiel a Jesús y más coherente con el evangelio. Sin embargo, es tan importante o más «padecer»: padecer por un mundo más digno; padecer por una Iglesia más evangélica.

Al final de su vida, el teólogo K. Rahner escribió así: «Creo que ser cristiano es la tarea más sencilla, la más simple y, a la vez, aquella pesada «carga ligera» de que habla el evangelio. Cuando uno carga con ella, ella carga con uno, y cuanto más tiempo viva uno, tanto más pesada y más ligera llegará a ser. Al final sólo queda el misterio. Pero es el misterio de Jesús».

CA - 5DC - 2008 (Pagola)

Juan 11, 1 – 45
¡EN LOS SEPULCROS HAY VIDA!
José Antonio Pagola

El adiós definitivo a un ser muy querido nos hunde inevitablemente en el dolor, la impotencia y la falta de sentido. Es como si la vida entera quedara destruida. No hay palabras ni argumentos que nos puedan consolar. ¿En qué se puede esperar?

El relato de Juan no tiene sólo como objetivo narrar la resurrección de Lázaro, sino, sobre todo, despertar la fe, no para que creamos en la resurrección como un hecho lejano que ocurrirá al fin del mundo, sino para que «veamos» desde ahora que Dios está infundiendo vida a los que nosotros hemos enterrado.

Jesús llega «sollozando» hasta el sepulcro de su amigo Lázaro. El evangelista dice que «está cubierto con una losa». Esa losa nos cierra el paso. No sabemos nada de nuestros amigos muertos. Una losa separa el mundo de los vivos y de los muertos. Sólo nos queda esperar el día final para ver si sucede algo.

Esta es la fe judía de Marta: «Sé que mi hermano resucitará en la resurrección del último día». A Jesús no le basta. «Quitad la losa». Vamos a ver qué es lo que sucede con el que habéis enterrado. Marta pide a Jesús que sea realista. El muerto ha empezado a descomponerse y «huele mal». Jesús le responde: «Si crees, verás la gloria de Dios». Si en Marta se despierta la fe, podrá «ver» que Dios está dando vida a su hermano.

«Quitan la losa» y Jesús «levanta los ojos a lo alto» invitando a todos a elevar la mirada hasta Dios antes de penetrar con fe en el misterio de la muerte. Ha dejado de sollozar. «Da gracias» al Padre porque «siempre lo escucha». Lo que quiere es que los que lo rodean «crean» que es el Enviado por el Padre para introducir en el mundo una nueva esperanza.

Luego «grita con voz potente: Lázaro, sal fuera». Quiere que salga para mostrar a todos que está vivo. La escena es impactante. Lázaro tiene «los pies y las manos atados con vendas» y «la cara envuelta en un sudario». Lleva los signos y ataduras de la muerte. Sin embargo, «el muerto sale» por sí mismo. ¡Está vivo!

Esta es la fe de quienes creemos en Jesús: los que nosotros enterramos y abandonamos en la muerte viven. Dios no los ha abandonado. Apartemos la losa con fe. ¡Nuestros muertos están vivos!

CA - 3DC - 2008 (Pagola)

Juan 4, 5 – 42
DIÁLOGO MÁS HUMANO
José Antonio Pagola

La escena es cautivadora. Llega Jesús a la pequeña aldea de Sicar. Está «cansado del camino». Su vida es un continuo caminar y recorrer los pueblos anunciando ese mundo mejor que Dios quiere para todos. Necesita descansar y se queda «sentado junto al manantial de Jacob».

Pronto llega una mujer desconocida y sin nombre. Es samaritana y viene a apagar su sed en el pozo del manantial. Con toda espontaneidad Jesús inicia el diálogo: «Dame de beber».

¿Cómo se atreve a entrar en contacto con alguien que pertenece a un pueblo impuro y despreciable como el samaritano? ¿Cómo se rebaja a pedir agua a una mujer desconocida? Aquello va contra todo lo imaginable en Israel. Jesús se presenta como un ser necesitado. Necesita beber y busca ayuda y acogida en el corazón de aquella mujer. Hay un lenguaje que entendemos todos porque todos sabemos algo de cansancio, soledad, sed de felicidad, miedo, tristeza o enfermedad grave.

Las necesidades básicas nos unen y nos invitan a ayudarnos, echando por tierra nuestras diferencias. La mujer se sorprende porque Jesús no habla con la superioridad propia de los judíos frente a los samaritanos, ni con la arrogancia de los varones hacia las mujeres.

Entre Jesús y la mujer se ha creado un clima nuevo, más humano y real. Jesús le expresa su deseo íntimo: «Si conocieras el don de Dios», si supieras que Dios es un regalo, que se ofrece a todos como amor salvador… Pero la mujer no conoce nada gratuito. El agua la tiene que extraer del pozo con esfuerzo. El amor de sus maridos se ha ido apagando, uno después de otro.

Cuando oye hablar a Jesús de un «agua» que calma la sed para siempre, de un «manantial» interior, que «salta» con fuerza dando fecundidad y vida eterna, en la mujer se despierta el anhelo de vida plena que nos habita a todos: «Señor dame de beber».

De Dios se puede hablar con cualquiera si nos miramos como seres necesitados, si compartimos nuestra sed de felicidad superando nuestras diferencias, si profetas y dirigentes religiosos piden de beber a las mujeres, si descubrimos entre todos que Dios es Amor y sólo Amor.