Monday, April 28, 2008

CA - 7/Ascensión.DP - 2008 (Pagola)

Mateo 28, 16-20
HACER DISCÍPULOS DE JESÚS
José Antonio Pagola

Mateo describe la despedida de Jesús trazando las líneas de fuerza que han de orientar para siempre a sus discípulos, los rasgos que han de marcar a su Iglesia para cumplir fielmente su misión.

El punto de arranque es Galilea. Ahí los convoca Jesús. La resurrección no los debe llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea. Allí le han escuchado hablar de Dios con parábolas conmovedoras. Allí lo han visto aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más olvidados. Es eso precisamente lo que han de seguir trasmitiendo.

Entre los discípulos hay «creyentes» y hay quienes «vacilan». El narrador es realista. Los discípulos «se postran». Sin duda, quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión. Tal vez están asustados, no pueden captar todo lo que aquello significa. Mateo conoce la fe frágil de las comunidades cristianas. Si no contaran con Jesús pronto se apagaría.

Jesús «se acerca» y entra en contacto con ellos. Él tiene la fuerza y el poder que a ellos les falta. El resucitado ha recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y en la tierra». Si se apoyan en él, no vacilarán.

Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es propiamente «enseñar doctrina». No es sólo «anunciar al resucitado». Sin duda, los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: «dar testimonio del resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar comunidades»…, pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer discípulos» de Jesús.

Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús, que conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y reproduzcan hoy su presencia en el mundo. Actividades tan fundamentales como el bautismo, compromiso de adhesión a Jesús, y la enseñanza de «todo lo mandado» por él, son vías para aprender a ser sus discípulos. Jesús les promete su presencia y ayuda constante. No estarán solos ni desamparados. Ni aunque sean pocos. Ni aunque sean sólo dos o tres.

Así es la comunidad cristiana. La fuerza del resucitado lo llena todo con su Espíritu. Todo está orientado a aprender y enseñar a vivir como Jesús y desde Jesús. El sigue vivo en sus comunidades. Sigue con nosotros y entre nosotros curando, perdonando, acogiendo… humanizando la vida.

Gentileza de Martintxo Gondra

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CA - 6.DP - 2008 (Pagola)

Juan 14, 15-21
VIVIR EN LA VERDAD DE JESÚS
José Antonio Pagola

No hay en la vida una experiencia tan misteriosa y sagrada como la despedida del ser querido que se nos va más allá de la muerte. Por eso, el evangelio de Juan trata de recoger en la despedida última de Jesús su testamento: ¿qué van a hacer ahora sin Jesús?

Una cosa es muy clara para el evangelista. El mundo no va a poder «ver» ni «conocer» la verdad que se esconde en Jesús. Para muchos, Jesús habrá pasado por este mundo como si nada hubiera ocurrido; no dejará rastro alguno en sus vidas. Se necesitan unos ojos nuevos. Sólo quienes lo aman podrán experimentar que Jesús está vivo y hace vivir.

Jesús es la única persona que merece ser amada de manera absoluta. Quien lo ama así, no puede pensar en él como si fuera alguien que pertenece al pasado. Su vida no es un recuerdo. El que ama a Jesús vive sus palabras, «guarda sus mandamientos», se va «llenando» de Jesús.

No es fácil expresar esta experiencia. El evangelista la llama el «Espíritu de la verdad». Es una expresión muy acertada, pues Jesús se va convirtiendo en una fuerza y una luz que nos hace «vivir en la verdad». Cualquiera que sea el punto en que nos encontremos en la vida, acoger en nosotros a Jesús nos lleva hacia la verdad.

Este «Espíritu de la verdad» no hay que confundirlo con una doctrina. No se encuentra en los estudios de los teólogos, ni en los documentos del magisterio. Según la promesa de Jesús, «vive con nosotros y está en nosotros». Lo escuchamos en nuestro interior y resplandece en la vida de quien sigue los pasos de Jesús de manera humilde, confiada y fiel.

El evangelista lo llama «Espíritu defensor» porque, ahora que Jesús no está físicamente con nosotros, nos defiende de lo que nos podría separar de él. Este Espíritu «está siempre con nosotros». Nadie lo puede asesinar como a Jesús. Seguirá siempre vivo en el mundo. Si lo acogemos en nuestra vida, no nos sentiremos huérfanos y desamparados.

Tal vez la conversión que más necesitamos hoy los cristianos es ir pasando de una adhesión verbal, rutinaria y poco real a Jesús, hacia la experiencia de vivir enraizados en su «Espíritu de la verdad».

Gentileza Martintxo Gondra

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CA - 5DP - 2008 (Pagola)

Juan 14, 1-12
SABEMOS EL CAMINO
José Antonio Pagola

Sólo habían convivido con él dos años y unos meses, pero junto a él habían aprendido a vivir con confianza. Ahora, al separarse, Jesús lo quiere dejar bien grabado en sus corazones: «No os turbéis. Creed en Dios. Creed también en mí». Es su gran deseo.

Jesús comienza entonces a decirles palabras que nunca han sido pronunciadas así en la tierra por nadie: «Voy a prepararos sitio en la casa de mi Padre». La muerte no va a destruir nuestros lazos de amor. Un día estaremos de nuevo juntos. «Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».

Los discípulos le escuchan desconcertados. ¿Cómo no van a tener miedo? Si hasta Jesús que había despertado en ellos tanta confianza les va a ser arrebatado enseguida de manera injusta y cruel. Al final, ¿en quién podemos poner nuestra esperanza última?

Tomás interviene para poner realismo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?». Jesús le contesta sin dudar: «Yo soy el camino que lleva al Padre». El camino que conduce desde ahora a experimentar a Dios como Padre. Los demás no son caminos. Son evasiones que nos alejan de la verdad y de la vida. Esto es lo fundamental: seguir los pasos de Jesús hasta llegar al Padre.

Felipe intuye que Jesús no está hablando de cualquier experiencia religiosa. No basta confesar a un Dios demasiado poderoso para sentir su bondad, demasiado grande y lejano para experimentar su misericordia. Lo que Jesús les quiere infundir es diferente. Por eso dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta».

La respuesta de Jesús es inesperada y grandiosa: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre». La vida de Jesús: su bondad, su libertad para hacer el bien, su perdón, su amor a los últimos… hacen visible y creíble al Padre. Su vida nos revela que en lo más hondo de la realidad hay un misterio último de bondad y de amor. Él lo llama Padre.

Los cristianos vivimos de estas dos palabras de Jesús: «No tengáis miedo porque yo voy a prepararos un sitio en la casa de mi Padre», «Quien me ve a mí, está viendo al Padre». Siempre que nos atrevemos a vivir algo de la bondad, la libertad, la compasión… que Jesús introdujo en el mundo, estamos haciendo más creíble a un Dios Padre, último fundamento de nuestra esperanza.

Gentileza de Martintxo Gondra

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Wednesday, April 23, 2008

CA - 5DC - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarro

La victoria de la vida sobre la muerte es el centro de atención de este último domingo de Cuaresma. Esa victoria tendrá lugar sólo en el Misterio Pascual de Cristo: Pasión, Muerte y Resurrección. Pero en la Liturgia de este domingo se prefigura ya esa victoria en la visión del profeta Ezequiel de los huesos muertos que recobran vida (Primera Lectura) y en la Resurrección de Lázaro (Evangelio). Ambos hechos son un signo que nos que la vida pertenece sólo a Dios y que Jesús es también Señor de la muerte.

La Segunda Lectura es importante por las doctrina sobre la resurrección de los cuerpos por razón del Espíritu de Vida recibido en el Bautismo. Los que viven en la carne son los que regulan su existencia según sus apetencias naturales; una vida semejante está abocada a la muerte. El que ha recibido el Bautismo posee un principio interno de vida que es el Espíritu. El es quien da la auténtica vida, la que no termina, la misma vida que el Padre dio a su Hijo Jesucristo en la Resurrección. Lázaro revive a la vida (no resucita); por eso, morirá de nuevo. Cristo, en cambio, resucita, es decir, asume la vida nueva y definitiva.

Cristo resucitado es modelo de esa nueva vida que recibimos en el Bautismo y que se va manifes-tando en la vida presente cada vez que nos dejamos guiar por el Espíritu y no por los deseos de la carne, del orgullo o de cualquiera de los siete pecados capitales.

El bautizado posee un principio interno de vida, el Espíritu Santo. El, no sólo inspira acciones confor-mes a la verdad de Cristo, sino que prolonga su acción hasta vivificar totalmente “vuestros cuerpos mortales” (Rom.8, 11), haciéndoles superar el límite de la muerte y abriéndolos a la inmortalidad del mismo modo que obró en la resurrección de Cristo En este sentido hay que entender la afirmación de que el bautizado posee un espíritu de vida, el Espíritu Santo o Espíritu de Dios. En este sentido, la Resurrección de Jesús es un anticipo de la victoria definitiva sobre la muerte en todas sus formas.

Ahora entendemos lo que dice San Pablo en la Segunda Lectura: “Si el espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo espíritu que habita en vosotros” (Rom. 8,11).

No es necesario esperar al “último día” para poseer ya, en prenda, la vida eterna ya que, como dice Sto Tomás (II-lic. 14,lc),la “fe es una virtud propia del espíritu con la cual comienza en nosotros la vida eterna”.

Esta era la última catequesis que recibían los catecúmenos que se bautizarían en la Vigilia Pascual. Y esto es lo que la Liturgia quiere que refresquemos nosotros que ya estamos bautizados para que aprendamos a valorar esa vida y no la dejemos morir por las obras de la carne.

CA - 4DC - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarr0

En los primeros siglos de la Iglesia en que la mayor parte de las personas se bautizaban siendo ya adultos, la Iglesia estableció un Catecumenado de preparación para el Bautismo que culminaba con la preparación próxima, durante la Cuaresma de aquellos que se bautizarían en la noche de la Vigilia Pascual. Por ello en las misas de Cuaresma aparecen con frecuencia alusiones al Bautismo. Y nos ha quedado un ciclo entero de Catequesis sobre el Bautismo y la necesidad de la fe para seguir a Jesús, en las lecturas de los domingos de Cuaresma del Ciclo litúrgico A, el de este año.

El domingo pasado, en el Evangelio de la samaritana se nos habló de Jesús, fuente de agua viva que sacia la sed que hay en nosotros y que motivaba en los catecúmenos la oración de la samaritana: “Señor, dama agua viva, así no tendré más sed”. Hoy, la liturgia nos presenta a Jesús como luz que ilumina la ceguera exterior e interior del ciego y le obliga a decir “creo, Señor” y a adorarle como Dios, postrándose.

El Bautismo no sólo da la vida por medio del agua y del Espíritu, sino que Cristo, representado en el Cirio Pascual y en la candela que prenden de él los padrinos, va a iluminar con la luz de su palabra y con su vida el camino que debe recorrer el bautizado.

El Evangelio de hoy, nos presenta las dos actitudes que se pueden tomar ante el Bautismo: el del ciego, ejemplo de conducta para todo bautizado, que pasa de las tinieblas a la luz, aumentando paso a paso su conocimiento y comprensión plena de Jesucristo al que llama primero, profeta, luego hombre singular y finalmente su Señor y su Dios, al postrarse ante El).

Por otro lado, está la actitud de los dirigentes judíos que se creían dueños de la verdad, que se niegan a dejarse iluminar y que terminan por no aceptar, ni siquiera lo que es evidente y comprobable, es decir: que el que antes era ciego, ahora ve. Este hecho se hace invisible a ellos a pesar de que todos lo aceptan y perciben con gozo. La ceguera voluntaria de este grupo es tan grave que terminan por expulsa del Grupo al que ha sido curado por Jesús. Esta actitud se da mucho entre los cristianos, quienes marginan a aquellos que con sus obras manifiestan que es posible vivir según dios y resistir al pecado.

Jesucristo realiza con el ciego la misma acción que hiciera Dios al comienzo de la Creación: usa barro de la tierra para dar vida. Todo esto tiene un contexto bautismal: Mediante la aplicación de barro mezclado con la saliva de Jesucristo a los ojos del ciego y la posterior limpieza de los ojos con agua, (agua y Espíritu) recibe nueva vida, se da en él la regeneración, la nueva creación y pasa de la ceguera (muerte) a la vida(ve la vida con una nueva luz) y su mundo interior se ilumina reconociendo en Jesús el enviado de Dios, el Salvador. Por eso se postra y le adora.

San Pablo, en la Segunda Lectura, invita a los cristianos a se consecuentes con esa iluminación recibida en el Bautismo: “Caminad como hijos de la luz, buscando lo que agrada al Señor” (Ef. 5,8-10).

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Monday, April 14, 2008

CA - 3DP - 2008 (Pagola)

Lucas 24, 13-35
DOS EXPERIENCIAS CLAVE
José Antonio Pagola

Al pasar los años, en las comunidades cristianas se fue planteando espontáneamente un problema muy real. Pedro, María Magdalena y los demás discípulos habían vivido unas experiencias muy «especiales» de encuentro con Jesús vivo después de su muerte. Unas experiencias que a ellos los llevaron a «creer» en Jesús resucitado. Pero los que se acercaron más tarde al grupo de seguidores, ¿cómo podían despertar y alimentar esa misma fe?

Éste es también hoy nuestro problema. Nosotros no hemos vivido el encuentro con el resucitado que vivieron los primeros discípulos. ¿Con qué experiencias podemos contar nosotros? Esto es lo que plantea el relato de los discípulos de Emaús.

Los dos caminan hacia sus casas, tristes y desolados. Su fe en Jesús se ha apagado. Ya no esperan nada de él. Todo ha sido una ilusión. Jesús que los sigue sin hacerse notar, los alcanza y camina con ellos. Lucas expone así la situación: «Jesús se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». ¿Qué pueden hacer para poder reconocer su presencia viva junto a ellos?

Lo importante es que estos discípulos no olvidan a Jesús; «conversan y discuten» sobre él; recuerdan sus «palabras» y sus «hechos» de gran profeta; dejan que aquel desconocido les vaya explicando todo lo ocurrido. Sus ojos no se abren enseguida, pero «su corazón comienza a arder».

Es lo primero que necesitamos en nuestras comunidades: recordar a Jesús, ahondar en su mensaje y en su actuación, meditar en su crucifixión… Si, en algún momento, Jesús nos conmueve, sus palabras nos llegan muy dentro y nuestro corazón comienza a arder, es señal de que nuestra fe se está despertando.

No basta. Según Lucas es necesaria la experiencia de la cena eucarística. Aunque todavía no saben quién es, los dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No quieren que los deje «Quédate con nosotros». Lucas lo subraya con gozo: «Jesús entró para quedarse con ellos». En la cena se les abren los ojos.

Estas son las dos experiencias clave: sentir que nuestro corazón arde al actualizar su mensaje, su actuación y su vida entera; sentir que, al celebrar la eucaristía, su persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Así crece en la Iglesia la fe en el Resucitado.

Gentileza Matintxo Gondra

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CA - 4DP - 2008 (Pagola)

Juan 10, 1-10
ACERTAR CON LA PUERTA
José Antonio Pagola

El evangelio de Juan presenta a Jesús con imágenes originales y bellas. Quiere que sus lectores descubran que sólo él puede responder plenamente a las necesidades más fundamentales del ser humano. Jesús es «el pan de la vida»: quien se alimente de él, no tendrá hambre. Es «la luz del mundo»: quien le siga, no caminará en la oscuridad. Es «el buen pastor»: quien escuche su voz, encontrará la vida.

Entre estas imágenes hay una, humilde y casi olvidada, que, sin embargo, encierra un contenido profundo. «Yo soy la puerta». Así es Jesús. Una puerta abierta. Quien le sigue, cruza un umbral que conduce a un mundo nuevo: una manera nueva de entender y vivir la vida.

El evangelista lo explica con tres rasgos: «Quien entre por mí, se salvará». La vida tiene muchas salidas. No todas llevan al éxito ni garantizan una vida plena. Quien, de alguna manera, «entiende» a Jesús y trata de seguirle, está entrando por la puerta acertada. No echará a perder su vida. La salvará.

El evangelista dice algo más. Quien entra por Jesús, «podrá salir y entrar». Tiene libertad de movimientos. Entra en un espacio donde puede ser libre, pues sólo se deja guiar por el Espíritu de Jesús. No es el país de la anarquía o del libertinaje. «Entra y sale» pasando siempre a través de esa «puerta» que es Jesús, y se mueve siguiendo sus pasos.

Todavía añade el evangelista otro detalle: quien entre por esa puerta que es Jesús «encontrará pastos», no pasará hambre ni sed. Encontrará alimento sólido y abundante para vivir.

Cristo es la «puerta» por la que hemos de entrar también hoy los cristianos, si queremos reavivar nuestra identidad. Un cristianismo formado por bautizados que se relacionan con un Jesús mal conocido, vagamente recordado, afirmado de vez en cuando de manera abstracta, un Jesús mudo que no dice nada especial al mundo de hoy, un Jesús que no toca los corazones… es un cristianismo sin futuro.

Sólo Cristo nos puede conducir a un nivel nuevo de vida cristiana, mejor fundamentada, motivada y alimentada en el evangelio. Cada uno de nosotros podemos contribuir a que, en la Iglesia de los próximos años, se le sienta y se le viva a Jesús de manera más viva y apasionada. Podemos hacer que la Iglesia sea más de Jesús.

Gentileza de Martintxo Gondra

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Thursday, April 10, 2008

CA - 3DC - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarro

En este proceso de profundización de lo que significa la Cuaresma como preparación para la Pascua, la Liturgia presenta a nuestra consideración el tema de Jesucristo fuente de agua viva, que sacia la sed más profunda que todos tenemos de ser libres y felices. Al mismo tiempo nos invita a vivir la vida que él nos dio en nuestro Bautismo, la única que puede saciar todos los tipos de sed que hay en el corazón humano.

El Evangelio de la samaritana, uno de los textos clásicos del catecumenado cristiano, porque su contenido expresa a través de la realidad del agua, elemento esencial para la vida, lo que el Bautismo significa en la vida sobrenatural. Al mismo tiempo, el agua es símbolo en la Biblia de las bendiciones de Dios y en particular, de la efusión del Espíritu, como se lee por ej. en Ez.36,25-26: “Derramaré sobre vosotros un AGUA pura que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un ESPIRITU nuevo”. Israel, pueblo estepario, vio en el agua un auténtico favor de Dios y un signo de vida.

Teniendo presente esta tradición del agua, plenamente conocida, en aquel ambiente, Jesús en su diálogo con la samaritana, utiliza el tema del agua para hacer comprender a aquella mujer que la sed natural que la lleva a venir todos los días con su cántaro al pozo, no es más que un signo de esa insatisfacción más profunda de felicidad y paz, ese deseo de una vida nueva que le ha llevado a una carrera desenfrenada por los caminos de la vida sin que haya podido saciarla a pesar de los cinco maridos con los que ha vivido.

Una vez la mujer ha aceptado su realidad personal, Jesús se le manifiesta como el que puede saciar esa insatisfacción que arrastra, porque es fuente de vida para el que cree en su persona, como nos dice en Jn.7,37-38:” Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Como dice la Escritura de lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán ríos de agua viva”. Y por medio de Is.55,l: “Vengan por agua todos los sedientos, vengan aunque no tengan dinero...”

La samaritana, tras el diálogo con Jesús, descubre que el secreto de su felicidad está en creer en El, en aceptar el amor que Jesucristo ofrece y responder con amor confiado. Cuando ella comprendió y aceptó las palabras de Jesús, dejó el cántaro, signo de la rutina de la vida que había llevado, y corrió a anunciar a los demás habitantes del pueblo que en Jesús había encontrado la paz interior que inútilmente había buscado tanto tiempo por caminos que la habían alejado cada vez más de Dios.

La samaritana es un símbolo de toda aquella persona que no consigue apagar su sed. Va de pozo en pozo, de mercado en mercado, buscando nuevos productos para apagar la sed de paz y felicidad que le torturan, pero al final sigue con más sed, con más deseos, con más necesidades; hasta que un día tiene la suerte de dar con Jesús, encontrarse con su mirada y la vida se transforma. Pero, como nos dice la segunda Lectura, para ello hace falta esperar pacientemente, pues la salvación no es fruto de la bondad del hombre sino del amor de dios que siempre es gratuito.

Sunday, April 06, 2008

CA - 2DC - 2008 (Bernardo)

Bernardo Navarro

Después de habernos presentado el domingo anterior el tema de las tentaciones, el camino, por así decirlo, que nos espera si queremos imitar y seguir a Jesús, hoy, la Liturgia nos presenta la meta a la que conduce el áspero camino cuaresmal de la vida: llegar a trasfiguramos con Cristo. Con una pedagogía admirable, la Iglesia, todos los años, el Segundo domingo de Cuaresma lo dedica a meditar en la Transfiguración. Así pone ante nuestros ojos el camino y la meta de la Cuaresma como dos realidades que deben ir unidas en la vida de todo cristiano. Mediante la escena de la Transfiguración, Jesús anticipa ante los tres discípulos que le acompañan, su victoria sobre la muerte y les muestra la gloria en que termina el camino de la Cruz.

La Primera Lectura nos muestra lo que pudiéramos llamar la Cuaresma de Abrahán. Dios, sale al encuentro del Patriarca y le invita a realizar un éxodo cuaresmal; le invita a dejar la tierra donde vive su familia, a dejar sus propiedades que le daban seguridad en la vida, para convertirse en un emigrante que no tiene nada y se ve obligado a estar en continua búsqueda. A cambio, Dios le promete una tierra en esperanza, algo que no es todavía seguro, cuya seguridad pende de la Palabra de Dios. Abrahán se arriesga a perder lo que tiene seguro por lo que aun no posee. Pero se pone en camino en busca de la tierra en la que se realizará cuanto le promete Dios.. Más que a la búsqueda de un lugar geográfico, Abrahán sale a la búsqueda de Dios y del sentido que tiene la vida compartida con El.

Esa es la Cuaresma que todos estamos invitados a recorrer: actualizar nuestra fe en la Palabra de Dios, como Abrahán y, apoyados en ella, salir de nuestras propias seguridades para poner nuestra seguridad en Dios a partir de una profunda confianza en el Señor, pues nadie, espontáneamente, deja lo seguro por lo incierto.

Todas las personas, en un momento dado de su vida, han escuchado esa llamada que escuchó Abrahán a dejar lo que les da seguridad y caminar a la conquista de lo que el Señor les propone. Por eso la figura de Abrahán se nos propone hoy como modelo de docilidad a la voz de Dios (Primera Lectura). Pablo en la (Segunda Lectura), Dios, por medio de Pablo dirige la llamada a Timoteo y le invita a “tomar parte” en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé” (2Tim. 1,8b). El Evangelio nos dice que Jesús llama a tres de los apóstoles y los invita a ”tomar parte” en la Transfiguración; pero luego los llama a descender del monte y a “tomar parte” también en su camino hacia Jerusalén donde tendrá lugar su Pasión.

A este respecto nos dice el Documento de APARECIDA: “Como hijos obedientes a la voz del Padre, queremos escuchar a Jesús (cfr. Lc.9, 35) porque El es el único Maestro (cfr. Mt. 23,8). Como Discípulos suyos sabemos que sus palabras son Espíritu y Vida (cfr. Jn. 6,63.68).” (Documento de Aparecida, n°103). Y añade: “Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia. Esta “Sagrada Escritura … es, con la Tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo. De aquí la invitación de Benedicto XVI: “...hay que educar al pueblo en la lectura y meditación de la Palabra: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vea que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cfr. Jn.6,63). Hemos de fundamentar toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios” (Aparecida, n° 247)