Monday, September 29, 2008

26DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 21, 28 – 32
VAN POR DELANTE
José Antonio Pagola

La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo» que lo acosan cuando se acerca al templo.

Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor»; pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.

El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar» sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.

Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Sólo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Sólo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».

Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «sí» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios con su resistencia a Jesús.

Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús, no hay duda: el recaudador Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies y tantos otros… van por delante en «el camino del reino de Dios».

En este camino van por delante, no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto de Dios.

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26DO,A - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet

En teoría es fácil estar de acuerdo con las palabras del Evangelio de este domingo: ser cristianos, seguir a Jesús no es cuestión de palabras, sino de compromiso en nuestra vida.

Dicen las estadísticas que en nuestra sociedad una mayoría afirma que son cristianos. ¿Serán ciertos estos datos? ¿Tantos seguidores de Jesús entre nosotros? Jesús nos dice hoy que quien quiera seguirle ha de esforzarse por cumplir en su vida la palabra dada.

Venimos escuchando en los domingos de este año en la lectura del Evangelio de Mateo, que la fe no consiste en solo pensar, o en hablar, sino en recorrer el camino seguido por Jesús. Seremos creyentes en la medida en que la fe desencadene en nosotros una manera nueva de vivir siguiendo las huellas trazadas por Él, cumpliendo su palabra; hoy nos dice: “siguiendo el camino de la justicia”.

El Pueblo de Dios, la Iglesia lo integran todos los que desean ser sinceramente creyentes, todos los que quieren ser seguidores de Jesús, son también padres de familia, jóvenes y niños, políticos y sindicalistas de partidos y grupos tan diferentes, profesionales, enseñantes, funcionarios, empresarios, trabajadores.... Y cuando nos preguntan qué hace, qué dice nuestra Iglesia sobre el paro, la violencia, los inmigrantes, las injusticias de nuestro mundo, sobre el terminar con la pobreza, la reconciliación de este país, hemos de mirar también a todos los creyentes en Jesús y ver lo que ellos realizan en sus tareas, en el mundo, en la sociedad que están configurando, ver si su vida refleja el espíritu de las bienaventuranzas y si siguen la palabra y la vida de Jesús.

En la parábola lo importante no son las palabras que pronuncian los dos protagonistas del relato, sino su conducta real, lo que hicieron.

Es cierto que los cristianos llenan de palabras muy hermosas la historia de veinte siglos, es cierto que han construido sistemas doctrinales que recogen el pensamiento cristiano con hondura, pero la auténtica fe la viven los hombres y mujeres que saben traducir en los hechos de su vida el Evangelio, son ellos los que construyen la Iglesia, son el Pueblo de Dios.

Que nuestra vida sea expresión de nuestras creencias, de seguir la llamada de Jesús.

Un abrazo,
Francesc Mulet

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25DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 20, 1 – 16
BONDAD ESCANDALOSA
José Antonio Pagola

Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?

Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo vino a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.

El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: « ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? ».

La parábola es tan revolucionaria que, seguramente, después de veinte siglos, no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos y aquellas que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?

Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos» cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.

Nosotros seguimos muchas veces con nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos. Hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y sólo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, Dios sabe entenderse bien con esas personas a las que nosotros rechazamos.

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25DO,A - 2008 (Antequera)

Manuel Antequera, escolapio

Sagrada Escritura:
Is 55,6-9; Salmo 144; Fil 1,20c-27ª; Mt 20, 1-16ª.

Nexo entre las lecturas

Los planes de Dios superan siempre, y con mucho, los planes humanos. En estas palabras nos parece encontrar un punto de unidad para la meditación en este domingo. El oráculo del profeta Isaías lo dice de modo muy plástico: como el cielo es más alto que la tierra, así mis caminos son más altos que los vuestros. Es decir, para entender el modo de proceder de Dios, tenemos que hacer un esfuerzo de elevación. La mente humana es muy pequeña, muy frágil y sujeta al error. El hombre debe ser consciente de que Dios tiene sus propios planes, y que al ser humano le corresponde amoldarse y acoger el plan de Dios, y no viceversa (1L). Esta misma verdad aparece en el evangelio, que nos habla del Reino y nos lo presenta como un amo del campo que sale a contratar a los jornaleros. Un natural sentido de justicia, nos llevaría a pensar que los jornaleros que han soportado todo el peso de la jornada, deberían recibir más que aquel que apenas ha trabajado alguna hora. Pero, si examinamos con calma, veremos que aquí no hay injusticia alguna. Quien ha trabajado toda la jornada, ha recibido aquello que le había sido prometido. Por lo tanto, dar lo mismo al primero que al de la hora undécima no es injusticia, sino simple liberalidad del amo del terreno. El tema de los planes de Dios, se hace así, el tema de la benevolencia del amor de Dios, que premia, superando con mucho, los méritos humanos. Lo importante, no es tanto la materialidad de las obras, sino el amor que se coloca en ellas. Puede uno pasar el día entero trabajando que obtendrá poco, porque ama poco. Por esta razón: los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos (EV). Esto supone toda una revolución del pensamiento humano, que desea siempre y de modo espontáneo, asegurarse un lugar de preeminencia en las cosas de los hombres. Por otra parte, en este domingo XXV iniciamos la lectura de la carta a los filipenses con un texto espléndido: para mí la vida es Cristo. Lo importante es que llevéis una vida digna del evangelio (2L).

Mensaje doctrinal

1. La grandeza del plan de Dios. La liturgia de este domingo nos pone de frente a la grandeza de los planes de Dios. Planes que no han sido conocidos por la mente humana, ni vistos por ojos humanos, ni escuchados por oídos de hombre. Los planes de Dios no son los planes de los hombres. Los hombres ven la apariencia, el provecho inmediato, Dios ve el corazón y a Él le mueve sólo el amor infinito por su creatura. El hombre entra en con-tacto con este plan de Dios gracias a la Revelación: Dios se revela a sí mismo, manifiesta su vida íntima. Nos dice quién es y cuáles son sus sentimientos en relación con el hombre. Nuestro Dios es rico en perdón (1L). Nuestro Dios es aquel que está cerca del que lo invoca (Cf. Salmo 144). Es aquel que desea el regreso, la conversión del malvado de su mala conducta.

Sin embargo, no resulta fácil al hombre conformar su pensamiento con el pensamiento de Dios. Demasiados altos son tus caminos para poder entenderlos, parece decir el hombre ante cada paso de Dios, ante cada una de sus actuaciones. Pero, Dios, fiel a su amor, nos muestra el camino de la salvación en su Hijo querido. Por medio de Cristo, camino, ver-dad y vida, el “misterio insondable, oculto desde la eternidad” se manifiesta, se hace presente, se revela. Y este misterio es que Dios es amor y que Dios nos ama. La parábola de los jornaleros nos muestra que Dios quiere nuestra participación en la construcción de su plan. No desea que seamos espectadores pasivos en la plaza sin hacer nada. Nos desea colaboradores activos, trabajadores de su viña; hombres que aguantan la sed y el calor, y que imprimen un ritmo y una impronta “cristiana” a la sociedad humana, a la vida pública. Pero, hemos de saber que lo importante no es llegar a primera o a última hora en las tareas de la construcción de este Reino; lo importante es tomar conciencia de que, desde el momento de ser llamados, “nuestra vida ha quedado definitivamente compro-metida con Dios” y que, por tanto, hemos de trabajar con todas las fuerzas de nuestra alma en la construcción de este Reino en el mundo. No he de perder un solo minuto, no he de permitir que los enemigos de este Reino, el demonio, el mundo y mi propio egoísmo me detengan, me retrasen o me impidan la instauración del Reino de Dios. El Reino no se construye en base a las cualidades humanas y a los esfuerzos terrenos que pongamos, sino en base al amor y liberalidad de Dios que no conocen límite. Sin embargo, este es-fuerzo y esta participación humanos son necesarios. Son los “cinco panes y dos peces” indispensables para la multiplicación del alimento. Ante Dios, siempre somos de los “últimos”, aquellos que sólo han trabajado un poco en comparación con los trabajos que Cristo padeció por nosotros. “Para jornal de Gloria no hay trabajo grande”, reza una poesía contemporánea. Conformemos, pues, nuestro pensamiento con el de Dios. Advirtamos que no podemos “conformar nuestra mentalidad con la mentalidad del mundo”, sino por el contrario, debemos impregnar la mentalidad de este mundo con el pensamiento de Dios que es amor que se da sin medida.

2. Invocad al Señor mientras está cerca. ¿Cuándo es el momento en el que Dios está cerca? Se pueden dar varias respuestas a esta pregunta. Por un parte hemos de decir que Dios está cerca “siempre”, porque en él vivimos, nos movemos y existimos.

Dios está cerca también mientras dura la vida. Mientras tenemos la vida, tenemos la ocasión de volver al Señor, de arrepentirnos de nuestra mala conducta, de encontrarlo en el fondo del alma.

Dios está cerca también cuando lo invocamos, aunque no lo sintamos sensiblemente. El salmo de este domingo reza así: Cerca está el Señor de los que lo invocan. Y esto, hasta tal punto de que, “quien le busca, de algún modo, ya lo ha encontrado”, porque Él es rico en clemencia, cariñoso con todas sus creaturas.

Dios está cerca, como lo atestigua la vida de los profetas, en los momentos de mayor abatimiento, cuando la vida parece perder su sentido y orientación, cuando la vocación ya no se ve con el mismo resplandor del día primero, cuando la enfermedad, la persecución, la aparente derrota tocan a las puertas de nuestra vida. Yo soy pobre y desdichado, pero el Señor cuida de mí.

Pablo es un testimonio de la cercanía de Dios hasta el punto de exclamar: Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. “La vida es Cristo” significa que mi vida ha sido injertada en Cristo y reproduce sus misterios. Cristo vive y obra en mí. Cristo, el Señor, es más íntimo a mí mismo que mi misma interioridad según el pensamiento agustiniano. Que la vida sea Cristo significa que hago mío los amores y los pensamientos de Cristo. Como a él, a mí también me interesa la Gloria del Padre y la salvación de las almas. Mi vida consiste, pues, en ser heraldo del evangelio, anunciar el evangelio en el lugar donde he sido colocado. En la familia, en la vida profesional, en la vida pública, en el púlpito o en el monasterio, en la salud o en la enfermedad, en el éxito o en el fracaso, en el gozo o en las fatigas... toda mi vida es anuncio, toda mi vida es Cristo.

Así, se puede decir que la muerte es una ganancia. No es, ni mucho menos, rechazo o desprecio de la vida presente. Muy por el contrario, es una valoración, y muy honda, de las tareas y responsabilidades del cristiano: jornalero de campo, hombre de fatiga y de sol abrumador; es una valoración de la responsabilidad de ser luz puesta sobre el celemín, pregonero en lo alto de la ciudad, centinela que anuncia la mañana. ¡Qué hermosa es la vida para quien cree en Cristo con fe viva! Es un ofrecimiento, es un vivir junto con Cristo, en Cristo, las fatigas del evangelio. Sólo por esto, la muerte es una ganancia, porque es el encuentro definitivo con el Señor. Es el final del combate de la fe, es el final de la jornada, es el momento del salario de Gloria, es el encuentro definitivo con el amor.

Sugerencias pastorales

1. Adoptar criterios cristianos. Nuestra época, más que otras, nos invita a informar nuestra mente con criterios cristianos. La mentalidad del mundo es una mentalidad de grande confusión. Se ponen en duda valores primarios como el valor de la vida desde su concepción hasta su fin natural. Se ponen en duda valores esenciales, como el valor de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Se ponen en duda los valores de la autoridad y se quiere someter todo a un relativismo que, por lo mismo, resulta un sistema impositivo. El relativismo, llevado a su última consecuencia, se convierte en un sistema totalitario, donde se debe suprimir a aquel que no comparte la idea de la relatividad de la verdad.

Los cristianos estamos llamados a dar un hermoso testimonio de nuestro amor a Cristo y de la belleza de la doctrina cristiana, que en su esencia, es una doctrina fundada en el amor. Ilustremos nuestra fe con lecturas que enriquezcan nuestras mentes. Lecturas sobre todo del Magisterio de la Iglesia que nos sirvan de luz y faro en nuestra travesía por la vida; lecturas de autores probados, hombres sabios, llenos de unción y de amor a Dios; lecturas que nos ayuden a comprender el pasado, a valorar el presente y a mirar el futuro con interés y esperanza. A partir de la edición del Catecismo de la Iglesia Católica, se ha despertado un nuevo interés por la doctrina cristiana. El llevar esta doctrina a todos los hogares, hacerla asequible a la gente sencilla, difundirla por medio de libros y mensajes fáciles de captar y asimilar, es una tarea que nos compete y a la que no podemos renunciar.

2. La laboriosidad. El pasado 1 de mayor (2002) Juan Pablo II mencionó que la laboriosidad es una virtud porque “el trabajo hace que el hombre se haga más hombre”. Descubramos, pues, el valor de nuestros trabajos. Los trabajos en la sociedad, en la vida profesional, en la vida pública; pero también, descubramos la importancia de nuestros trabajos domésticos en la construcción de la propia familia. Cada momento es importan-te. Cada tarea es irrepetible; cada gesto es un mensaje, cada palabra, un anuncio.

“Al final de la vida sólo queda lo hecho por Dios y por los hombres”.

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Friday, September 12, 2008

24DO,A - Sta. Cruz - 2008 (Pagola)

14 de septiembre de 2008.
La Exaltación de la Santa Cruz
Juan 3, 13 – 17
LA EXALTACIÓN DEL AMOR
José Antonio Pagola

Hoy celebramos los cristianos una fiesta extraña y desconcertante. ¿Qué sentido puede tener hablar de la «exaltación de la Cruz» en medio de una sociedad que sólo parece exaltar el placer y el bienestar? ¿No es esto ensalzar el dolor, glorificar el sufrimiento y la humillación, fomentar una ascesis morbosa, ir contra la alegría de la vida?

Sin embargo, cuando un creyente mira al Crucificado y penetra con los ojos de la fe en el misterio que se encierra en la Cruz, sólo descubre amor inmenso, ternura insondable de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo. Lo dice el evangelio de Juan de manera admirable: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que todo el crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». La Cruz nos revela el amor increíble de Dios. Ya nada ni nadie nos podrán separar de él

Si Dios sufre en la cruz, no es porque ama el sufrimiento sino porque no lo quiere para ninguno de nosotros. Si muere en la cruz, no es porque menosprecia la felicidad, sino porque la quiere y la busca para todos, sobre todo para los más olvidados y humillados. Si Dios agoniza en la cruz, no es porque desprecia la vida, sino porque la ama tanto que sólo busca que todos la disfruten un día en plenitud.

Por eso, la Cruz de Cristo la entienden mejor que nadie los crucificados: los que sufren impotentes la humillación, el desprecio y la injusticia, o los que viven necesitados de amor, alegría y vida. Ellos celebrarán hoy la Exaltación de la Cruz no como una fiesta de dolor y muerte, sino como un misterio de amor y vida.

¿A qué nos podríamos agarrar si Dios fuera simplemente un ser poderoso y satisfecho, muy parecido a los poderosos de la tierra, sólo que más fuerte que ellos? ¿Quién nos podría consolar, si no supiéramos que Dios está sufriendo con las víctimas y en las víctimas? ¿Cómo no vamos a exaltar la cruz de Jesús si en ella está Dios sufriendo con nosotros y por nosotros?

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24DO,A - Sta. Cruz - 2008 (Antequera)

Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre).
Sagrada Escritura:
Num 21, 4b-9; Salmo 77; Fil 2, 6-11; Mc 3, 13-17

Nexo entre las lecturas

Las tres lecturas de esta fiesta centran la atención en la realidad del "exaltamiento". En el libro de los Números (1L) se nos dice que el Señor respondió a Moisés: "Haz una serpiente y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla". De este modo quedarían con vida todos aquellos que fueran mordidos por aquellas serpientes venenosas que el Señor les había enviado como castigo por su conducta vergonzosa. Paradójicamente la exaltación de esa serpiente portadora de muerte se convertía para el pueblo arrepentido en portadora de vida. La lectura cristiana de este episodio ha visto una prefiguración de la exaltación de Cristo en la cruz. Cristo mismo anticipa esta lectura cristiana cuando al temeroso Nicodemo, que había ido a hablar con el de noche le dice: "Lo mismo que Moisés elevó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna". San Pablo, que sufría las penas de la prisión a causa de su servicio al Evangelio, sumido en una profunda contemplación del misterio del amor de Dios en Cristo Jesús, afirma en su carta a los filipenses (2L): "Por eso Dios lo exaltó (a Cristo) y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre". Con esto quiere decir que no hay nombre posible de significar la magnitud, grandeza y belleza de la obra de Cristo.

Mensaje doctrinal

1. Misterio del anonadamiento de Dios. En la celebración de esta fiesta litúrgica todo converge en la exaltación de Cristo Jesús, que siendo Dios, se abajó haciéndose uno de nosotros, muriendo colgado sobre el estandarte de la Cruz, para mostrarnos cuál es la medida del amor de Dios hacia nosotros. Exaltar la cruz es exaltar el amor de Dios por nosotros, es exaltar la victoria del amor y de la misericordia sobre el pecado, el egoísmo y la muerte.

El misterio de Cristo crucificado está íntimamente unido al misterio de la encarnación del Verbo, sien-do una prolongación del mismo. A lo largo del año litúrgico la Iglesia, al celebrar las diversas fiestas y solemnidades, bajo diversos enfoques, pretende reflexionar y meditar en la sublimidad insondable de este misterio de amor y extrayendo de esta contemplación luz, fuerza y vida.

A los cristianos nos cautiva de modo particular, el hecho de que Dios haya querido salir de sí mismo para hacerse uno como nosotros. Nos sentimos abrumados ante la presencia de un misterio tan abismal por la inmensidad del amor que lo ilumina y por la incapacidad absoluta de nuestra mente humana para abarcarlo. La contemplación sincera de este misterio es incompatible con un pasar por encima de él, con cierta superficialidad, dándolo por descontado como un presupuesto del conjunto de la doctrina cristiana. La contemplación de Dios hecho hombre es siempre transformante. Y uno de los momentos más fuertes de está contemplación es justamente el ver a Cristo muriendo colgado de una cruz, como un criminal, desangrándose y asfixiándose, abandonado y humillado. El más grande, sin punto alguno de comparación, el creador y Señor del universo, en la condición la más vil que pueda ser imaginada. El que es la vida misma, sufriendo en primera persona la muerte más horrenda. Y esto libremente y sin rebajar en nada su divinidad. Este es el misterio del anonadamiento de Dios que la Iglesia no se cansa de contemplar, y que nunca logra abarcar. El cristiano sabe que nunca serán suficientes los días de esta vida ni de la eternidad para agotar la contemplación de este don que Dios hace de si mismo. La única clave de comprensión es el amor. Sólo el amor explica esta entrega por propia iniciativa, sin que lo hayamos ni merecido ni pedido. Sólo porque él nos ama quiso venir hasta nosotros, hacerse uno como nosotros, y morir por nosotros. "Tanto amó Dios al mundo -dice Jesucristo a Nicodemo- que entregó a su hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Dios nos muestra que su amor hacia nosotros realmente no tiene medida.

2. Misterio de la fealdad y magnitud del pecado del hombre. Si por una parte, Jesucristo pendiendo de la cruz es testimonio del amor, de la ternura y de la misericordia de Dios hacia nosotros, pobres pecadores, por otra parte lo es también de la fealdad del pecado. Con la razón y la experiencia natural los hombres podemos percibir, sin grande problema, el desorden que existe en las malas acciones humanas. Pero ver a Jesucristo en la cruz, "pagando por nuestras culpas" nos hace descubrir que esa fealdad del pecado, de las malas acciones, es inmensamente más grave de lo que nunca hubiéramos imaginado. El pueblo en el desierto, agotado y extenuado por el camino y las dificultades peca hablan-do mal contra Dios y contra su enviado. Esas murmuraciones contra Dios, aparentemente nos podrían parecer, que si bien no eran justificables, si eran comprensibles, y por ello no tan graves. Sin embargo, Dios envía serpientes venenosas como castigo, para hacerles ver, que a pesar de ese cansancio y de esas dificultades, sus murmuraciones han sido profundamente injustas y desordenadas. Pero es un cas-tigo de la pedagogía amorosa de Dios, y por ello, una vez arrepentidos, Dios les da la serpiente de bronce para que no mueran. Pero esto era sólo preparación para comenzar a comprender la malicia de ese primer pecado original, y de todos los demás pecados que le han seguido. Ahora bien, sólo a la luz de Cristo crucificado podemos comprender, un poco más, lo desordenado y horrendo del pecado.

Sugerencias pastorales

Desprendimiento de sí. Para nosotros este misterio de Cristo crucificado, desprendido de sí mismo, es una de las principales lecciones que debe quedar grabada en nuestra alma. Si Él, siendo Dios, se despojó de sí mismo por amor a nosotros, no menos debemos hacer nosotros por amor a Él. Desprendernos de nosotros mismos, renunciar a todo lo que tenga sabor a egoísmo y empeñarnos por apropiarnos de los sentimientos de Cristo, debe ser nuestra respuesta de amor. Este es el primer paso que debemos dar si de verdad que-remos ser cristianos auténticos, si queremos ser testigos de nuestra fe en este mundo. El cristiano debe ser imitador de Cristo.

Por ello, es necesario habituarnos a desprendernos de nosotros mismos sobreponiéndonos al egoísmo, al racionalismo, al naturalismo y a las situaciones anímicas adversas, y combatiendo sin tregua todas esas manifestaciones que pueden presentarse en nuestra vida y que denotan que nos pertenecemos todavía mucho a nosotros mismos.

La vida ordinaria, a cada uno según su estado de vida y sus circunstancias, nos ofrece un sinnúmero de oportunidades para ejercitarse cotidianamente en el desprendimiento, sobre todo del propio juicio y voluntad. Pensemos en los mil quehaceres del lugar, la formación de los hijos, la obediencia a los padres, las relaciones de trabajo, el esfuerzo del deber, las penurias económicas... Quien se habitúa a negarse a sí mismo por amor a Cristo en esos pequeños o grandes actos que le exige el cumplimiento de los propios deberes familiares, sociales, profesionales, o de estudiantes, avanza con pasos de gigante en el camino de la imitación de Cristo, y por lo tanto va siendo testigo del amor divino.

La renuncia de sí mismo no es sino el abrir más espacio en nuestra alma para la invasión del amor de Dios. No hay alegría comparable con el gozo que comunica el amor sobrenatural que anima todos los actos de un alma. Siempre debemos tener muy claro que no hay verdadero amor sin renuncia; cuanto más auténtico sea el propio sacrificio, tanto más auténtico será el amor y la felicidad.

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24DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 18, 21 – 35
SIEMPRE
José Antonio Pagola

A Mateo se le ve muy preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando».

Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.

Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él en abrir caminos al reino de Dios: el reino de la misericordia y la justicia para todos?

Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.

Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?

La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido rebajar lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»: «da alicientes al ofensor» «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y deja irreconocible lo que pensaba y vivía Jesús.

Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.

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23DO,A - 2008 (Antequera)

Sagrada Escritura:
Ez 33,7-9; Salmo 94; Rm 13, 8-10; Mt 18, 15-20.
Manuel Antequera, escolapio

Nexo entre las lecturas

El capítulo 18 del evangelio de san Mateo forma una parte distinta del resto de su evangelio. En ella encontramos algunas enseñanzas de Jesús que se relacionan con la vida de las primeras comunidades cristianas. Por eso, a esta parte se le ha llamado el "discurso eclesiástico". Hoy consideramos dos indicaciones de este discurso: la corrección fraterna y la oración en común. Primero, Jesús manifiesta la responsabilidad de sus discípulos y seguidores en la salvación de sus semejantes. El discípulo de Jesús siente la viva responsabilidad de hacer el bien y ayudar a que los otros lo hagan, superando y desterrando el mal de sus vidas. Aquí se inserta el mandato de la corrección fraterna (EV). En la primera lectura se nos propone, de forma muy oportuna, la imagen del centinela. El centinela es el hombre que, desde la atalaya o desde un lugar preeminente, da la voz de alarma cuando ve al enemigo acercarse al campamento o las puertas de la ciudad. Su función es la de despertar a quien duerme y se encuentra en peligro de ser sorprendido por el enemigo. En nuestro caso el centinela, que es el mismo profeta, advierte a los hombres de su mala conducta, les anuncia el peligro que se acerca si no despiertan de su letargo (1L). La segunda admonición de Jesús a sus discípulos es la oración en común: "donde dos o más se reúnen para orar, allí está Jesús en medio de ellos". Pablo, por su parte, antes de concluir su carta a los romanos, dirige una última exhortación llena de contenido: "no tengáis con nadie ninguna deuda que no sea la de amaros mutuamente". El amor es la ley que regula toda la vida cristiana. Tanto el centinela, como el que ora en común, deben guiarse y nutrir su alma con el espíritu de Cristo, es decir, con aquel amor que da la vida por los que ama (2L).

Mensaje doctrinal

1. La misión del centinela. El centinela en los tiempos antiguos poseía una función decisiva en los combates entre los pueblos. Su misión era la de observar los litorales y campos de batalla, distinguir los acechos y las formaciones enemigas, y dar la voz de alerta para que el ejército se preparara para la batalla. Si el centinela dormía, la vida del pueblo corría un grave riesgo. En el pasaje que nos ofrece Ezequías, se compara al centinela con el profeta. El profeta es un centinela con características especiales. El profeta debe advertir al "impío" de su mala conducta, debe in-formarle del mal que se le viene encima, si no se convierte, si no despierta del sueño que lo entre-tiene en el mal. Lo interesante es que la responsabilidad del profeta no termina aquí, él debe seguir más adelante. Al centinela le basta dar la alarma; si le escuchan o no, ya no es responsabilidad suya. No así es el caso del profeta: él debe advertir del mal que se viene encima, y debe hacer lo indecible por convencer a sus oyentes, porque lo que él anuncia no lo han visto sus ojos, ni escuchado sus oídos, es Dios mismo que se lo ha revelado. Él habla en nombre de Dios.

Él expresa el deseo de Dios de salvar a los hombres y de que no se pierda ninguno (Ez 18,32). Él participa del amor divino que no se deja vencer por el pecado del hombre. El profeta-centinela asume una responsabilidad imponente: deberá responder ante Dios de la muerte de aquellos a los que ha sido enviado. El no puede dejar de aspirar a ser escuchado. El pastor de almas es, pues, el centinela que vela sobre el rebaño, aquel que se mantiene en vigilia durante la noche para que ninguno perezca. El pastor, como san Pablo, amonestará, insistirá, predicará a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2) el mensaje del evangelio. No habrá alguno que sufra sin que, al mismo tiempo, sufra el mismo apóstol. Sin duda, nuestra mente va espontáneamente a la figura del obispo (episcopus = el que observa desde lugar preeminente). Él es el principal centinela que vela ante el enemigo. Lo son también los sacerdotes, quienes, al frente de su grey, la conducen, la defienden, dan su vida por ella.

Sin embargo, no sólo ellos son centinelas. Aquí podemos ampliar nuestra visión para descubrir otros centinelas entre los discípulos de Cristo. El Papa llama a los jóvenes centinelas de la mañana, porque ellos son los que anuncian que la noche está pasando y que la mañana está encima. Ellos son los que dan fuerzas para esperar, en medio de un mundo con tantos signos de derrota. Allí donde las tinieblas son más hondas, allí mismo ha iniciado a despuntar el alba, porque la luz vence las tinieblas (cf Jn 1,5). Pero es necesario saber esperar pacientemente, discerniendo los tiempos. El Papa en la audiencia del 26 de julio del 2000 comentaba: "¡Vigilad!". Es el verbo del centinela que tiene que estar alerta, mientras espera pacientemente el paso del tiempo nocturno para ver surgir en el horizonte la luz del alba. El profeta Isaías representa de manera intensa y vivaz esta larga espera introduciendo un diálogo entre los dos centinelas, que se convierte en un símbolo de la utilización adecuada del tiempo: "Centinela, ¿cuánto le queda a la noche?". El centinela responde: "Llega la mañana y después la noche. Si queréis preguntar, ¡convertíos, venid!"(Is 21,11-12). Es necesario plantearse interrogantes, convertirse y salir al encuentro del Señor. Los tres llamamientos de Cristo: "¡Estad atentos, velad, vigilad!" resumen claramente la espera cristiana del encuentro con el Señor. La espera debe ser paciente, como nos advierte Santiago en su carta: "Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la Venida del Señor está cerca" (Santiago, 5, 7-8). Para que crezca una espiga o se abra una flor hay tiempos que no se pueden forzar; para el nacimiento de una criatura humana hacen falta nueve meses; para escribir un libro o componer música hay que dedicar con frecuencia años de paciente investigación. Esta es la ley del espíritu: "Todo lo que es frenético/pronto pasará", cantaba un poeta (Reiner Maria Rilke, Sonetos a Orfeo). Para encontrarse con el misterio hace falta paciencia, purificación interior, silencio, espera. (Juan Pablo II Audiencia del 26 de julio del 2002).

2. Amar es cumplir la ley entera. La caridad es una deuda que jamás terminamos de saldar completamente. Ella es la clave de interpretación de todos los mandamientos. Así lo expresa san Pablo en la parte final de la carta a los romanos (55-57). Un tema que ya había tratado en el capítulo 13 de la carta a los corintios (52-55). En el fondo se trata de una invitación a ir a la raíz de la vida cristiana, porque "donde hay caridad y amor allí está Dios". La caridad es la que autentifica cualquier virtud, cualquier ciencia, cualquier vida de piedad u obra apostólica. Si uno se levanta con grandes palabras y obras, pero no tiene amor, nada es. En realidad, siempre tendremos una deuda de amor con relación a nuestros hermanos porque ellos, en cuanto personas, son amados eternamente por Dios. Ellos son imágenes de Dios, incluso cuando por sus pecados hayan afeado esta imagen. En Santa Teresita del niño Jesús encontramos un ejemplo vivo de la comprensión del amor cristiano: "Al considerar el cuerpo místico de la Iglesia, no me reconocí en ninguno de los miembros descritos por San Pablo, o mejor, quería reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto por miembros diversos, el más necesario, el más noble de todos los órganos no le faltaría; comprendí que tenía un corazón y que este corazón ardía de amor; que el amor hacía obrar a sus miembros; que si el amor llegaba a perderse, los apóstoles no anunciarían más el evangelio y los mártires rehusarían verter su sangre. Comprendí también que el amor encerraba todas las vocaciones, que era todo y que abrazaba todos los tiempos y todos los lugares, ¡por qué es eterno! Entonces en el exceso de mi alegría exclamé: "Oh Jesús, amor mío, y mi vocación; por fin la he encontrado! ¡Mi vocación es el amor!". Así pues, la caridad es el único criterio con el que se deben hacer o dejar de hacer las cosas. Es el principio de discernimiento de nuestro hablar o callar, de nuestro obrar u omitir. Quien descubra en su obrar y pensar que lo dirige un principio distinto del amor, puede estar seguro de haber iniciado el camino de la infelicidad, de la infecundidad espiritual y del fracaso en la propia vida.

Sugerencias pastorales

El sentido de responsabilidad en relación con nuestros hermanos. Ahora tenemos ante nuestra mente dos realidades. Primero la de aquellos cristianos que viven su vida cristiana "hacia dentro": son buenos observantes de las normas de la Iglesia, participan en la vida de sacramentos, veneran y respetan el domingo, dan buen ejemplo. Sin embargo, no tienen un sentido misionero. No sienten que la expansión de la fe, la predicación del evangelio, la "nueva evangelización" es algo que les compete en primera persona. Sin embargo, son gente buena, más aún, son personas de grande calidad humana y espiritual. Ante esta situación es bueno volver al "principio del amor y de la misión". Es decir: hacer a los demás aquello que me gustaría que se hiciese conmigo; Id y predicad el evangelio a toda creatura. Así, nace de la esencia de la misma vida cristiana la sincera preocupación por el bien temporal y eterno de nuestros prójimos, cualesquiera que ellos sean. Nada, ni nadie puede ser indiferente para los discípulos de Jesús, porque Él, con su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos, ha ganado para todos los hombres la redención de los pecados. Cada persona humana es alguien a quien puedo y debo ofrecer mi amor. No podemos sentirnos indiferentes ante nada: nos debe doler la pérdida de los hombres, el sufrimiento de los inocentes, las guerras e indecibles sufrimientos de miles de personas, los actos de terrorismo y de venganza...

Toda esta situación del mundo impele al cristiano, no a la desesperación, muy por el contrario, casi le obliga a un nuevo compromiso con el mundo, a una nueva y más profunda evangelización. ¡El mundo está necesitado de Dios!.

Las palabras de Ch. Péguy son muy ilustrativas: "Es necesario salvarse juntos. Es necesario llegar juntos al buen Dios, es necesario presentarse juntos; no podemos llegar a Dios los unos sin los otros. Debemos volver todos juntos a la casa del Padre. Es necesario pensar en los otros. Es necesario trabajar los unos por los otros. ¿Qué nos dirá si llegásemos, si volviésemos a la casa del Padre común los unos sin los otros? (Ch. Péguy Le mystère de la charitè de Jeanne d’ArcI Gallimard Paris 1943, p.39)

La segunda realidad que se presenta a nuestros ojos es la de aquellas personas, familias, grupos humanos, que encuentran en medio de sus hogares y de sus realidades cotidianas, el hecho de que uno de sus miembros se ha desviado del buen camino.

¿Qué hacer? ¿Intervenir? ¿Hablar? ¿Esperar? ¿Callar? En realidad, no es fácil responder en abstracto. Cada situación posee sus características propias y exigirá soluciones que varían de caso a caso. Sin embargo, hay un principio que prevalece: la caridad. Nos debe mover siempre y en toda circunstancia la caridad por la persona amada. Y cuanto más difícil sea aquello que debemos decir, tanta más caridad, comprensión y humildad se debe emplear en decirlo. Sí, debemos interesarnos por quienes se apartan del buen camino, pero debemos hacerlo con caridad y por amor. "Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor". Huyamos pues de las descalificaciones, de las palabras descorteses, de las críticas solapadas, de la maledicencia y la calumnia. Eso no es cristiano y no debe ni mencionarse entre nosotros.

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