Tuesday, October 27, 2009

30DO.III,B - Todos los santos - 2009 (Pagola)

1 de noviembre de 2009 - Todos los Santos
Mateo 5, 1-12a
CREER EN EL CIELO
José Antonio Pagola

En esta fiesta cristiana de Todos los Santos, quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un "Dios oculto", del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

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30DO.II,C - Todos los santos - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

El domingo es Todos los Santos, fiesta dedicada a quienes sencillamente eran y son hombres y mujeres con cualidades, defectos y problemas como los demás; pero que se tomaron en serio el seguimiento de Cristo. Lo extraordinario de su vida consistió en su vivencia a fondo de la fe, la esperanza y la caridad.

Los santos no fueron ni son personas apocadas o evadidas de la realidad. No hay santo posible sin valores humanos y sin gran madurez personal, porque no puede haber santo sin amor a Dios y a los hermanos. Y el amor no es pasivo, sino activo, plenificante, altruista, inconformista, revolucionario a su manera.

Son santos quienes recorren el itinerario universal de santidad que señalan las bienaventuranzas. Las leemos como evangelio. Los santos hicieron realidad en su vida el programa del reino de Dios que las bienaventuranzas contienen para todos. Ellos fueron, como Jesús, los pobres en el espíritu; ésta es la primera bienaventuranza que posibilita la práctica de todas las demás. Vacíos por completo de su propio yo, estuvieron totalmente disponibles ante Dios para hacer fructificar sus dones y talentos. Sencillamente, fueron cristianos de verdad. Porque la santidad no es una competición olímpica para batir la marca anterior, sino un caminar al paso cotidiano, pero sin detenerse ni desviarse, como hombres y mujeres conducidos por el Espíritu que nos transforma en imagen de Cristo, si nosotros colaboramos.

La aventura radical y fascinante de la santidad cristiana no está vinculada a un estilo de vida o a una época determinada; por eso no se excluye a nadie.

Así que en camino estamos, amigo. Ánimo y a seguir adelante…

Un abrazo.
Francesc Mulet

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29DO.II,C - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Cristo contrapone dos estilos de autoridad diametralmente opuestos: mandar dominando, o bien servir sin factura. El primero era la idea original de los apóstoles y es el modelo habitual de la sociedad civil, por muy democrática que parezca; el segundo es el modelo de autoridad que Jesús quiere para su Iglesia y el que él practicó.

Voluntad de servicio, y no de poder, ha de ser hoy día el testimonio profético insoslayable de la comunidad cristiana como grupo y de cada fiel como discípulo. De hecho nos cuesta mucho desacralizar cualquier forma de poder y despolitizar la religión limpiándola de todo mesianismo terreno.

Todo esto por un lastre de siglos, e incluso milenios, con múltiples metamorfosis de un mismo embrión. Todas las culturas pre-cristianas conocidas sacralizaron el poder y divinizaron las personas de sus dirigentes. También la Iglesia, desde el s. IV con Constantino en Occidente y Teodosio en Oriente, y durante la alta Edad Media, sacralizó el poder de los emperadores y politizó o temporalizó el servicio espiritual de papas y obispos.

Por desgracia la situación se ha repetido a lo largo de la historia de la Iglesia cada vez que se ha deformado el sentido, ámbito y consumación del reino de Dios; un reino que no es del estilo político de los estados y gobiernos de este mundo, según dejó claro Jesús de Nazaret ante el tribunal de Pilatos. La confusión radica, en definitiva, en identificar reino de Dios y triunfo de la Iglesia.

La lección que Cristo enseña hoy a la iglesia toda, pueblo y jerarquía, es que la comunidad eclesial está al servicio del reino de Dios en el mundo de los hombres; y no para buscar la gloria de la Iglesia y, menos aún, los intereses temporales de la misma. Pues el reino de Dios no se identifica con el triunfo de la Iglesia, sino que la comunidad cristiana ha de estar al servicio de ese reino.

El mejor testimonio de la comunidad creyente en medio de nuestro mundo y la auténtica novedad del cristianismo hoy día será volver a las fuentes del evangelio, es decir a la persona y doctrina de Jesús, servidor paciente que rompe la malla asfixiante de la ambición de dominio, para optar con él por el servicio, la fraternidad y la solidaridad con los más humildes y marginados de la sociedad en que vivimos.

Que no decaiga nunca la esperanza cristiana. Ánimo y oremos unos por otros.
Un abrazo.
Francesc Mulet

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28DO.II,C - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

El apego a los bienes endurece el corazón, como le pasó al joven rico del evangelio de hoy, dificulta las relaciones con los demás, enfría la fraternidad humana, nos cierra al compartir con el necesitado, entorpece la solución del problema del hambre y la pobreza en el mundo, despersonaliza al individuo al hacerlo esclavo y no señor de su dinero -sea mucho o poco-, y finalmente, a nivel cristiano, hace imposible el seguimiento de Cristo.

Aunque la opción voluntaria por la pobreza resulta difícil, venturosamente todo es posible para Dios. Él es capaz de hacer maravillas en quien se le abre totalmente. Quien se vacía de sí mismo ante Dios y se desprende del apego a los bienes terrenos podrá comprobar que, sorprendentemente, no le falta nada e incluso anda sobrado, como asegura el Señor al apóstol Pedro cuando éste le comenta que los discípulos han dejado todo por seguirlo.

Esta actitud de pobreza voluntaria que Jesús propone nos libera de la seducción de la riqueza y nos da total disponibilidad ante Dios y apertura generosa a los hermanos. Las investigaciones de los sicólogos sobre la felicidad humana, concluyen que ésta no es proporcional a la suma de riqueza, ocio y disfrute de la vida que uno pueda alcanzar, sino que consiste en sentirse realizado como persona. Tal sensación de plenitud personal no puede adquirirse ni comprarse con todo el dinero del mundo, como tampoco la sabiduría de la vida que orienta la conducta del hombre según el querer de Dios.

La enseñanza de Cristo no patrocina la miseria de la pobreza y del subdesarrollo como clima ideal para el reino de Dios y su justicia, sino el desprendimiento que sabe conformarse con lo necesario y compartir con los demás lo que se tiene, sin acaparar para sí ni incurrir en la idolatría del dinero como bien supremo. La liberación que tal pobreza supone nos capacita para el seguimiento de Cristo y la búsqueda prioritaria del reino. Porque, "¡qué difícil les va a ser entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!"

Recemos unos por otros y a seguir adelante.
Francesc Mulet

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Monday, October 26, 2009

30DO.II,C - 2009 (Pagola)

Marcos 10, 46-52
CURARNOS DE LA CEGUERA


¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un proceso que pueda cambiar sus vidas.

No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.

¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar nuestra vida.

El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Sólo sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.

El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados:«¡Ánimo! Levántate. Te está llamando». Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.

Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja el manto» porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.

Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver ». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.

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30DO.II,B - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

En el caso del ciego Bartimeo, la fe equivale a estrenar ojos nuevos para ver la vida, el mundo y los hombres desde Dios, para iluminar y dar sentido a la existencia individual y comunitaria de cada día, para entender la realidad personal, familiar y social, incluso cuando no se les ve ya valor alguno. Por ejemplo, la fe ilumina para saber si desconfiar del otro o tenderle la mano, si romper con el cónyuge infiel o perdonarlo, si divorciarse o no, desenmascarando los motivos egoístas, si aprobar y procurar un aborto o decidirse por la vida, si ejercer la autoridad como poder o como servicio, en definitiva, si hemos de ignorar al hermano o aceptarlo y amarlo tal como es.

Por otra parte, del hecho evangélico de hoy se concluye que una fe que es capaz de curar la ceguera no es ciega, sino todo lo contrario: es luz que ilumina la vida del hombre. Ni la fe cristiana ni la obediencia religiosa son abdicación de la racionalidad y de la responsabilidad personal. Lo que sí es ciego es el fanatismo, que es la antítesis de la fe, y el egoísmo, que es lo contrario del amor.

La fe es la gran sabiduría de lo alto, el gran tesoro por el que vale la pena sacrificarlo todo. Porque con la fe se ven las cosas, la vida y las personas con otros criterios, los de Dios y no los del hombre terreno.

Necesitamos la fe para captar la presencia de Dios en la historia humana, en el camino personal de cada uno, y sobre todo en la persona de Jesús, el gran signo del Padre y el sacramento del encuentro del hombre con Dios. De lo contrario los acontecimientos de cada día no pasarán de ser meros sucesos fortuitos, cuando no absurdos, simple resultado de circunstancias aleatorias; y no, como de hecho lo son, historia en que Dios nos ama y nos salva, presencia del Señor en los signos de los tiempos, ocasión de discernimiento evangélico ante los valores morales, los problemas del progreso humano, de la vida y de la muerte, así como llamada continua a convertirnos a Dios.

Terminamos ya octubre y hay que seguir con ánimo renovado.

Un abrazo fraterno,
Francesc Mulet

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29DO.II,C - 2009 (Pagola)

Marcos 10, 35-45
NADA DE ESO ENTRE NOSOTR0S
José Antonio Pagola

Camino de Jerusalén, Jesús va advirtiendo a sus discípulos del destino doloroso que le espera a él y a los que sigan sus pasos. La inconsciencia de quienes lo acompañan es increíble. Todavía hoy se sigue repitiendo.

Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, se separan del grupo y se acercan ellos solos a Jesús. No necesitan de los demás. Quieren hacerse con los puestos más privilegiados y ser los primeros en el proyecto de Jesús, tal como ellos lo imaginan. Su petición no es una súplica sino una ridícula ambición:«Queremos que hagas lo que te vamos a pedir ». Quieren que Jesús los ponga por encima de los demás.

Jesús parece sorprendido. «No sabéis lo que pedís ». No le han entendido nada. Con paciencia grande los invita a que se pregunten si son capaces de compartir su destino doloroso. Cuando se enteran de lo que ocurre, los otros diez discípulos se llenan de indignación contra Santiago y Juan. También ellos tienen las mismas aspiraciones. La ambición los divide y enfrenta. La búsqueda de honores y protagonismos interesados rompen siempre la comunión de la comunidad cristiana. También hoy. ¿Qué puede haber más contrario a Jesús y a su proyecto de servir a la liberación de las gentes?

El hecho es tan grave que Jesús «los reúne » para dejar claro cuál es la actitud que ha de caracterizar siempre a sus seguidores. Conocen sobradamente cómo actúan los romanos, «jefes de los pueblos » y «grandes » de la tierra: tiranizan a las gentes, las someten y hacen sentir a todos el peso de su poder. Pues bien, «vosotros nada de eso».

Entre sus seguidores, todo ha de ser diferente:«El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». La grandeza no se mide por el poder que se tiene, el rango que se ocupa o los títulos que se ostentan. Quien ambiciona estas cosas, en la Iglesia de Jesús, no se hace más grande sino más insignificante y ridículo. En realidad, es un estorbo para promover el estilo de vida querido por el Crucificado. Le falta un rasgo básico para ser seguidor de Jesús.

En la Iglesia todos hemos de ser servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana, no desde arriba, desde la superioridad, el poder o el protagonismo interesado, sino desde abajo, desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás. Nuestro ejemplo es Jesús. No vivió nunca «para ser servido, sino para servir». Éste es el mejor y más admirable resumen de lo que fue él: SERVIR.

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Thursday, October 22, 2009

28DO.II - 2009 (Pagola)

Marcos 10, 17-30
UNA COSA NOS FALTA
José Antonio Pagola

El episodio está narrado con intensidad especial. Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, pero antes de que se aleje de aquel lugar, llega "corriendo" un desconocido que "cae de rodillas" ante él para retenerlo. Necesita urgentemente a Jesús.

No es un enfermo que pide curación. No es un leproso que, desde el suelo, implora compasión. Su petición es de otro orden. Lo que él busca en aquel maestro bueno es luz para orientar su vida: «¿Qué haré para heredar la vida eterna?». No es una cuestión teórica, sino existencial. No habla en general; quiere saber qué ha de hacer él personalmente.

Antes que nada, Jesús le recuerda que «no hay nadie bueno más que Dios». Antes de plantearnos qué hay que "hacer", hemos de saber que vivimos ante un Dios Bueno como nadie: en su bondad insondable hemos de apoyar nuestra vida. Luego, le recuerda «los mandamientos» de ese Dios Bueno. Según la tradición bíblica, ése es el camino para la vida eterna.

La respuesta del hombre es admirable. Todo eso lo ha cumplido desde pequeño, pero siente dentro de sí una aspiración más honda. Está buscando algo más. «Jesús se le queda mirando con cariño». Su mirada está ya expresando la relación personal e intensa que quiere establecer con él.

Jesús entiende muy bien su insatisfacción: «una cosa te falta». Siguiendo esa lógica de "hacer" lo mandado para "poseer" la vida eterna, aunque viva de manera intachable, no quedará plenamente satisfecho. En el ser humano hay una aspiración más profunda.

Por eso, Jesús le invita a orientar su vida desde una lógica nueva. Lo primero es no vivir agarrado a sus posesiones («vende lo que tienes»). Lo segundo, ayudar a los pobres («dales tu dinero»). Por último, «ven y sígueme». Los dos podrán recorrer juntos el camino hacia el reino de Dios (!).

El hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría y la libertad de quienes siguen a Jesús. Marcos nos explica que "era muy rico".

¿No es ésta nuestra experiencia de cristianos satisfechos de los países ricos? ¿No vivimos atrapados por el bienestar material? ¿No le falta a nuestra religión el amor práctico a los pobres? ¿No nos falta la alegría y libertad de los seguidores de Jesús?

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27DO.II - 2009 (Pagola)

Marcos 10,2-16
ACOGER A LOS PEQUEÑOS
José Antonio Pagola

El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús. Según el relato de Marcos, algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer, era una creencia popular.

Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Se interponen entre él y los más pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.

Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes, ha puesto en el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos. Se han olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos, invitándoles a acogerlos en su nombre y con su mismo cariño.

Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos es intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis». ¿Quién les ha enseñado a actuar de una manera tan contraria a su Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús.

La razón es muy profunda pues obedece a los designios del Padre: «De los que son como ellos es el reino de Dios». En el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.

El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se necesitan hombres y mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.

El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde éstos se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.

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27DO.II - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Para crecer en el amor: La base humana es indispensable como cimiento de todo el edificio. Amar es más difícil de lo que parece, porque es dar y compartir más que recibir y disfrutar. Contra este apartado se peca por falta de responsabilidad y sacrificio, y por sobra de ligereza y egoísmo.

Un amor matrimonial que se prometiera con la tácita condición de la posible separación o divorcio cuando surjan las dificultades, la enfermedad u otros imponderables, sería una mentira radical al amor que, de por sí, cuando es verdadero, es total y sin límite voluntario de tiempo.

La educación continua en el amor es algo obligado para novios y esposos. Al amor, como a los niños, hay que enviarlo todos los días al colegio. "Estancarse es retroceder" en cualquier orden de la vida, esto vale también para el amor. Porque así es como se cae en la rutina, la vulgaridad, la frialdad y el desamor. El amor ha de ir creciendo con el paso de los años y al ritmo de las dificultades y de los éxitos, de los hijos que crecen, de las penas y alegrías compartidas.

Es en el interior de la conciencia de cada hombre y mujer, donde actúa Dios, donde se asumen los verdaderos compromisos y las responsabilidades. La conciencia es un terreno personal, al que no tenemos permitida la entrada. Ellos son los responsables ante Dios de las decisiones que tomen.

En cualquier caso, a los divorciados que nos puedan escuchar hemos de decirles: sabed que Dios es infinitamente más grande, más comprensivo y más amigo, que todo lo que podáis ver en nosotros los cristianos y en los hombres de la Iglesia, por importante que sea el lugar que ocupen en ella. Dios es Dios. Cuando nosotros no os entendamos, Dios os entiende. Confiad siempre en Él. No os apartéis de Él por la incomprensión de los hombres, aunque sean muy practicantes. Y nosotros los cristianos, más que condenar a nadie, pongamos todo nuestro esfuerzo en apoyar todo aquello que ayude a tener éxito en la unión familiar.

Feliz fin de mes y buen inicio del próximo. Nosotros vamos a celebrar las fiestas populares en honor de nuestro patrón, el santo Borja.

Reza también por mí. Un abrazo,
Francesc Mulet

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25DOII - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

"Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Ésta es la norma que Jesús inculca a sus discípulos. Una medición así de la importancia personal es tan desconcertante como predecir los sufrimientos del Mesías. Pero Cristo afirma rotundamente que sus discípulos han de cambiar la ambición de poder por la actitud de servicio. La coexistencia de ambos extremos es imposible, pues la ambición es el cáncer del servicio.

Desde el ambiente familiar al contexto de las superpotencias mundiales, pasando por el lugar de trabajo y cualquier espacio social, la cuestión omnipresente es hacer ver quién es el que manda. Padecemos una tentación casi irresistible de poder y de dominio, como expresa el refrán: "Más vale ser cabeza de ratón que cola de león", o como se dice en El Quijote: A todos gusta mandar, aunque no sea más que sobre un rebaño de ovejas.

Servir sin pasar factura. La voluntad de poder, que no de servicio, es la fuente de todos los males sociales y comunitarios, es el pecado que vicia de raíz la convivencia humana, montada sobre la lucha y la competencia. Aunque hay excepciones honrosas, la ambición de poder suele prevalecer sobre la voluntad de servicio. Y esa ambición de dominio adquiere las más variadas formas: avasalladoras y descaradas o hipócritas y sutiles.

"Estamos a su servicio; servirle es nuestro placer, nuestra especialidad"; son lemas cotidianos de las firmas comerciales y gente profesional. "Servir al pueblo" es lema de políticos y hombres públicos, sobre todo, en campaña electoral. Así resulta que conjugar el verbo servir es rentable; pues por esos servicios, al cliente se le pasa factura, en dinero o en poder. No es esta servicialidad la que propone Jesús a sus apóstoles, futuros jefes y guías de su nuevo pueblo, la Iglesia; sino un servicio sin factura. No el formulismo del "seguro servidor" de quien espera compensarse de otra forma, sino la entrega incondicional y desinteresada. Hemos de liberar al verbo servir del secuestro que padece en nuestro ambiente.

La vocación de servicio que propone Jesús en el evangelio de hoy no es tarea solamente de la jerarquía en el pueblo de Dios, sino de toda la comunidad y sus miembros.

Buena semana y ánimo en el comienzo del nuevo curso.

Un abrazo,
Francesc Mulet

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